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Sociedad

Monseñor Castagna: 'El amor como definición de Dios e ideal humano'

"Es el mandamiento principal y es preciso introducirlo en nuestra mente y corazón. De esa manera le otorgaremos la centralidad que le corresponde", aseguró el arzobispo emérito de Corrientes.

Mons. Castagna: 'El amor como definición de Dios e ideal humano' Sugerencia para la homilía de monseñor Castagna

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes recordó que el apóstol san Juan repetía incansablemente el principal mandamiento de Jesús: "Hijitos míos, ámense mutualmente" y recalcaba: "Es el mandamiento del Señor".

"Es el mandamiento principal y es preciso introducirlo en nuestra mente y corazón. De esa manera le otorgaremos la centralidad que le corresponde. Cumplido ese mandamiento, se cumplen, a la perfección, 'toda la Ley y los profetas'", aseguró.

"Pero, incumplido ese mandamiento, se produce un estado delincuencial que todo lo contamina y enferma. Todo tipo de delito o pecado tiene su origen en la ausencia del amor a Dios y al prójimo", advirtió.

Y profundizó: "La vida virtuosa es fruto del fiel cumplimiento de ese primer mandamiento, sin lugar a dudas", sostuvo y definió al apóstol Juan como "el evangelista del amor".

El arzobispo emérito afirmó que "tanto el Evangelio, que él redacta, como sus cartas, presentan al amor como definición de Dios e ideal a alcanzar por los humanos".

"Todo proyecto para ordenar la convivencia entre las personas, logra su consistencia y posibilidad en el amor a Dios y en la amistad social", sostuvo y ratificó: "Es el auténtico ideal cristiano, posible y exigente, constructor del tejido social, irresponsablemente rasgado por los hombres y reparado por Cristo".

Texto de la sugerencia

1. El amor y la obediencia. Jesús juega con dos términos destinados a relacionarse. Me refiero al amor y a la obediencia. Sin obediencia a la voluntad de Dios no hay amor a Dios. El evangelista y Apóstol se hace eco de una enseñanza de particular diafanidad: "El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él". (Juan 14, 21) El amor-obediencia que el Señor reclama, de quienes Él ama hasta el extremo de la Cruz, lleva a la intimidad con el Padre y con Él. A su vez esa intimidad con el Padre, que Jesús hace posible, intensifica el amor-obediencia hasta la heroicidad, que es patrimonio de los santos. Aunque promovida por el amor de Dios, la obediencia termina en un estado de perfección que interactúa con el Amor de Dios. Es el ideal que presenta Jesús a quienes se unen en su seguimiento. Más aún, la consecuencia del amor que Dios - en Cristo - manifiesta a sus criaturas, antecede al amor que sus discípulos se profesan mutuamente y que, por ello, se constituye en la nota identificatoria del discipulado del Maestro Divino ante un mundo expectante. Será motivo de conversión y del inicio de una vida nueva. El día de la Ascensión Jesús otorga, a sus discípulos, el encargo de lograr que todos los pueblos se adhieran a su testimonio y se conviertan en sus discípulos. El mandato misionero, y su aparente despedida, se consustancia con la acción evangelizadora que caracterizará a la Iglesia a partir de aquel momento. Por amor a Dios - en Cristo - todo es posible en la evangelización del mundo. Cuando la eficacia de la acción evangelizadora no se hace sentir, indica que el amor-obediencia a Dios ha decrecido. Todo debe ser realizado por amor a Dios. Una Iglesia, cuyo amor a Dios todo lo abarca, obtiene una capacidad testimonial, que convence al mundo de la salvación que el Señor resucitado encarna. No la elocuencia de los más hábiles pensadores, sino la gracia transmitida mediante el testimonio de quienes se aman, logra conducir a la Verdad y a la conversión. Es preciso no olvidarlo cuando se predica y catequiza.

2. El amor valiente de Juan. El tema abordado posee un valor referencial que exige silencio interior y síntesis doctrinal. San Juan es modelo de recogimiento, y de logro docente, que proviene de su amor valiente al Maestro. Así se predispone a entender, y a formular lo entendido. La Iglesia hoy necesita adoptar la misma actitud que aquel discípulo "a quien Jesús amaba". El amor, que en el Apóstol se traduce en el seguimiento fiel, que, junto a María y a las santas valerosas mujeres, no abandona a su Señor hasta la exhalación de su espíritu en la Cruz. Nuestro mundo necesita que cada ministro del Evangelio se comporte como Juan: fiel, por un amor intenso a Cristo, que tome su vida por entero. La profundidad teológica del Apóstol virgen nace de su corazón, acrisolado en su amor obediente. Por ello se convierte en un experto en el tema más importante de la enseñanza de su Maestro. Es muy difícil crear una definición que lo exprese. El santo Apóstol lo logra: "Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". (Juan 15, 9-10) La transmisión de Juan es lo que el Apóstol ha recibido en la convivencia con su Maestro. Será preciso lograr esa intimidad para aprender la Verdad que el mundo necesita. Sin ella, la palabra del ministro carece de sentido y no toca los corazones. Si la sal pierde su sabor no sirve para hacer sabroso el Evangelio. El sinsabor que experimenta el mundo ante la predicación de la Iglesia, responde a la falta de intimidad con Jesucristo, por parte de algunos ministros (sacerdotes y catequistas). Las imágenes de la luz y de la sal se refieren a los cristianos, no a un mundo que adolece del sabor y de la luz de las cosas de Dios. Únicamente quienes son "sal y luz" podrán infundirlas mediante el ministerio y el testimonio de la santidad. La insulsez de algunas disertaciones religiosas distancia inexorablemente del sentido doctrinal y litúrgico que proceden de la fe. La falta de fe ocupó la advertencia de Jesús a sus más cercanos discípulos. Ante esa perspectiva dolorosa, la Iglesia está especialmente comprometida. Para suscitar la fe de los incrédulos, y nutrirla si se encuentra debilitada en quienes dicen creer, está el ministerio apostólico y quienes lo ejercen.

3. El Amor como definición de Dios e ideal humano. El casi centenario Juan repite incansablemente el principal mandamiento de Jesús: "Hijitos míos, ámense mutualmente". Sus discípulos, de todos los tiempos, deben mostrar que Cristo es su Maestro gracias al amor que se profesan mutuamente. La reiteración incansable del mismo precepto del Señor es considerado -por los discípulos de Juan- producto de la avanzada edad del Apóstol. Es así que llegan a preguntarle: "¿por qué nos repites siempre lo mismo?" Juan responde: "porque es el mandamiento del Señor". Es el mandamiento principal y es preciso introducirlo en nuestra mente y corazón. De esa manera le otorgaremos la centralidad que le corresponde. Cumplido ese mandamiento, se cumplen, a la perfección, "toda la Ley y los Profetas". Pero, incumplido ese mandamiento, se produce un estado delincuencial que todo lo contamina y enferma. Todo tipo de delito o pecado tiene su origen en la ausencia del amor a Dios y al prójimo. La vida virtuosa es fruto del fiel cumplimiento de ese primer mandamiento, sin lugar a dudas. El Apóstol Juan es el evangelista del Amor. Tanto el Evangelio, que él redacta, como sus cartas, presentan al Amor como definición de Dios e ideal a alcanzar por los humanos. Todo proyecto para ordenar la convivencia entre las personas, logra su consistencia y posibilidad en el amor a Dios y en la amistad social. Es el auténtico ideal cristiano, posible y exigente, constructor del tejido social, irresponsablemente rasgado por los hombres y reparado por Cristo. La acción evangelizadora de la Iglesia constituye hoy esa reparación, impracticable sin el auxilio de la gracia, que Jesucristo genera por su muerte y Resurrección. Acabamos de celebrar la Pascua: el Misterio que causa el paso del pecado a la gracia. La Iglesia dispone del medio para renovar continuamente ese Misterio: la Eucaristía. La predicación y la catequesis tienen como propósito alimentar la conciencia de los bautizados y así contribuir a la construcción de la ciudad terrestre, preámbulo de la celestial. Un desafío ineludible para quienes deben ofrecer su palabra y su testimonio para lograrlo. Así debemos entender toda acción pastoral en la Iglesia. Observada esa democrática decisión, se produce una apertura a la realidad contaminada por el pecado, que el mundo presenta a la Iglesia para ser evangelizada. Los términos acuñados por el Beato Enrique Angelelli: "Un oído puesto en el Evangelio y otro en la realidad", obtienen una vigencia, particularmente válida en la actualidad. Para ello se requiere que los cristianos se ofrezcan como testigos acreditados, en este mundo urgidos por su necesidad de Dios.

4. A la derecha del Padre. El Señor resucitado se va junto al Padre para prepararnos un lugar: "No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes". (Juan 14, 18-20) La seguridad que inspiran las palabras de Jesús no exime de recogerlas en la fe, y en ella vivirlas. La situación de Cristo "a la derecha del Padre" crea el lugar al que estamos destinados. Allí, junto al Señor glorificado, están María y todos los santos, es la proverbial "Casa del Padre".

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