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Policiales

Crimen de Nora Dalmasso: el fiscal dice que se montó una escena sexual y Macarrón puede zafar

El juicio empieza el 14 de marzo. Un entramado judicial que puede beneficiar al viudo.

Todo fue una puesta en escena. El fiscal Luis Roberto Pizarro, de Río Cuarto, cuando pidió que se enjuicie a Marcelo Macarrón por el crimen de su mujer, escribió: “Finalmente, probablemente y como parte del plan criminal, ordenó (el asesino mandado por el viudo) la escena con la finalidad de simular un hecho de índole sexual, tras lo cual se retiró del lugar, sin dejar rastro alguno de su persona”. ¿¡Qué?! Parece decir que Nora Dalmasso no tuvo sexo, ni consentido ni forzado sino que hicieron ver como que tenía… ¿Pero qué despropósito es este? ¿Cómo se simula un hecho sexual? El asunto es que Pizarro escribe muy mal. No quiso decir lo que escribió, pero para darse cuenta que pensaba una cosa y redactaba otra hay que leer toda la pieza judicial. Si el hombre, en fin, tiene dificultades para dar a conocer sus ideas por escrito todo se hace más difícil, tanto que no se sabe qué piensa este funcionario sobre el crimen de Nora Dalmasso, el último fiscal de una larga lista que entre todos no hacen uno, que no supieron investigar este asesinato. Por estas razones, por ejemplo, Marcelo Macarron va a zafar.

El primero de esa serie de fiscales, un tal Javier Di Santo, fue desconsiderado con sus colegas porque durante sus doce años de actuación en la investigación del crimen Dalmasso no dejó error sin cometer, dejándole pocas chances de igualarlo a los que vinieron después. Digamos que es el ganador indiscutido de Los Ocho Escalones hacia la tragedia de la impunidad. Fue él quién dejó trascender, junto con el propio Macarrón, que Nora Dalmasso tenía mil y un amantes; este fiscal fue el mismo que después metió preso a un albañil acusándolo de violación seguida de muerte; fue quién, a continuación, procesó al propio hijo de la señora, que estaba a kilómetros de distancia del lugar del crimen; él fue quien desconfió del instituto de genética forense de Córdoba, Ceprocor, y llamó al FBI para que tres años después le dijera lo mismo que los genetistas cordobeses, que las muestras genéticas halladas en la escena del homicidio eran de Marcelo Macarrón, el marido de Nora; fue él quien tuvo como investigadores a policías venidos de la ciudad de Córdoba que terminaron acusados de torturar para hallar un culpable a toda costa. Ese fue Di Santo. Pero ahora ya no está, por suerte para Temis, atada de pies y manos por este simple mortal.

Macarrón desprestigió la memoria de su esposa. Se desvinculó de la decisión de que ella permaneciera sola en su casa aquel fatal fin de semana cuando fue agredida. Incluso declaró, sin que se le preguntara, que el médico Martín Subirach, que partipó de la autopsia, le dijo en un aparte del velorio: “… que esto había sido sexo consensuado con acceso vaginal y anal y mucha vaselina, en conclusión una fiesta total”. Macarrón volvió a declarar tiempo después asegurando que Subirach cambió su versión y habló de violación, pero el daño estaba hecho.

Temis no se salió con la suya. El fiscal Daniel Miralles, que siguió con el caso, creía que Macarrón fue el que mató personalmente a su mujer debido a que el material genético encontrado en el cuerpo y en la sábana de la cama donde yacía la víctima son de Macarrón. El viudo siempre dijo que en el momento del asesinato estaba en Punta del Este con amigos jugando un torneo de golf. Miralles no pudo terminar de probar que Macarrón viajó subrepticiamente a Río Cuarto para acabar con la vida de su mujer y regresar luego a Uruguay. Inesperada y rápidamente fue desplazado del asunto y reemplazado por Pizarro, que es el encargado del caso ahora. La sensación que quedó fue que poderosas manos de las política había revuelto el caso una vez más. ¿Qué pretendían cubrir, negocios, dinero sucio, relaciones…? Pero quedó en pura especulación.

Pizarro decidió tirar al tacho de basura el trabajo de Miralles. También los estudios de ADN que señalaban a Macarrón. Lo alivió tanto al marido de Nora al descartar la única prueba objetiva del caso que parecía que Pizarro sería el encargado de archivar el expediente. Pero tenía un as bajo la manga. No vincularía su nombre con la impunidad de este homicidio. En todo caso serían otros, un jurado por ejemplo, huérfano de pruebas.

Lo que hizo Pizarro fue “crear” una novela y en esa novela lo incluyó a Macarrón en un papel imposible de probar. Aseguró que el marido de Nora Dalmasso mandó matar a su mujer y así lo envió a juicio, que comenzará el 14 de marzo. Será juzgado, sí, pero Macarrón tiene la ventaja de que la acusación no puede salir de la imaginación del fiscal. ¿A quién contrató el viudo para matar a Nora? Pizarro no lo sabe y afirma que no lo sabe. ¿Cuándo se produjo el pacto entre Macarrón y el asesino, o, según Pizarro, los asesinos? No lo sabe. ¿Dónde acordaron la muerte de la mujer? No lo sabe. ¿Cómo fue el acuerdo? No lo sabe. ¿Cuánto dinero pago o prometió pagar? No lo sabe ¿Quién fue el ejecutor? No lo sabe ¿El criminal mató a Nora y además la violó o fue otro quien abusó de la señora? No lo sabe ¿Acaso caminaron sobre el aire que no dejaron un solo rastro en la casa a pesar de la noche lluviosa que hacía cuando mataron a Nora? No lo sabe. Dejaron dinero y objetos de valor pero se llevaron un celular. Bien.

El fiscal no sabe nada de todo esto cuando justamente debería saberlo para hacer una acusación semejante. Más grave aún es que cuando envía a Macarrón a juicio como mandante del homicidio de su mujer confiesa que no sabe nada de nada, y si algo faltaba el tribunal encargado del debate hará un juicio a pesar de que el fiscal reconozca que la acusación no está sostenida por ninguna prueba objetiva. Macarrón va a zafar.

Según Pizarro, Nora Dalmasso fue atacada por dos hombres. O sea que el marido contrató a dos o a lo mejor a uno que contrató a otro, quién lo sabe. El fiscal no lo sabe. Macarrón seguirá a salvo. Pero el ADN encontrado en el lugar, en el cuerpo de Dalmasso hasta fuera del cuerpo de Dalmasso es de Macarrón. No importa. Pizarro lo descartó. Acaso no habría que cargarle esto a los hombros de Pizarro, pues el primer fiscal Di Santo hizo lo indecible para que la prueba de ADN fuera lo más confusa posible. Pero llegaron a Macarrón pero también a unas idas y vueltas sobre ese examen científico donde cualquiera puede meter mano y afirmar que el ADN no es de Macarrón aunque es de Macarrón, según se afirmó. Tantos años de nada, esperando los resultados del FBI, con Macarrón hablando de la vida sexual de la pareja y que todo era color de rosa cuando la víctima no puede contradecirlo y con el único propósito de derrumbar la evidencia más fuerte en su contra. Macarrón va a zafar.

Escribió el fiscal: “Así, el momento de comisión –durante el período de inconciencia- y la entidad de las mismas (lesiones) -de carácter leve-, permiten razonablemente deducir que el agresor/es -en la probabilidad de que mientras uno efectuaba la maniobra de estrangulamiento, otro ejecutaba las lesiones- de manera precisa, controlada y definida produjo las lesiones en zonas erógenas, a efectos de generar la idea de un juego sexual de la víctima en los momentos previos a la muerte” (el subrayado es del autor de esta nota).

¿¡Dos hombres atacaron a la señora Dalmasso?! ¡A la vez! El acusador utiliza el adverbio “mientras”. Según su punto de vista la señora fue asfixiada con las manos y, además, extrangulada anudándole alrededor del cuello el cinturón de su bata de baño (y aparece la “bata” de nuevo) mientras otro hombre tenía cópula con ella, le dejaba leves lesiones en los pezones, en la vagina y en el ano. El fiscal expresó simultaneidad, acción mortal y acción sexual. Si hubiese escrito que uno la asfixió y en los últimos instantes de vida el otro tuvo sexo, no hubiera utilizado el adverbio “mientras”. Los dos a la vez, pues cómo... No lo explicó el señor Pizarro. Tal vez no lo sepa. Acaso aventure. Macarrón está a salvo.

Pequeñas lesiones producidas por la ausencia de preparación necesaria (¿o suficiente?) para un acto sexual consentido. Si se hubiese tratado de un amante o de su marido, razonó Pizarro, se hubiese preparado como corresponde para no padecer los actos sino disfrutarlos, como es lo habitual. Pero tuvo lesiones mínimas. El forense Mario Vignolo aseguró que son propias de una actividad sexual intensa. Que si realmente la relación hubiese sido agresiva, no aceptada, las lesiones en el cuerpo de la señora hubieran sido inenarrables. No es este el caso. Pero el fiscal tomó lo leve por mayúsculo, un antónimo discutible sino inapropiado.

No hubo resistencia por parte de Nora Dalmasso, atacada, de acuerdo a esta última visión oficial, por dos hombres. Hay ausencias de marcas de amarre. ¿Por qué no peleó por su vida? Imaginemos la escena a ver si se acerca a la elaboración del fiscal. Dos hombres sobre ella (hay que recordar que esas mínimas lesiones fueron en vida de la víctima, es decir que se debe descartar que uno asfixiara y luego el otro hiciera la supuesta simulación sexual pues en este caso las marcas serían post mortem. Por eso Pizarro usa “mientras”).

En el organismo de la víctima no se encontró ninguna sustancia que venciera su resistencia ante un ataque. ¿Por qué estaba indefensa? Esta pregunta nadie la pudo responder, salvo Pizarro. Porque, escribió, “mientras” uno asfixiaba a su lado estaba el otro que violaba. El médico Vignolo dijo que se trató de un juego sexual con un solo amante. Entonces habrá sido sorpresivo para Nora que en el acto sexual su pareja la estrangulara con el cinto de la bata de baño. El médico Ricardo Cacciaguerra, por el contrario, aseguró que se trató de un acto no consentido. ¿Quién tiene razón? Con Cacciaguerra hay declaraciones encontradas. El periódico La Voz reprodujo declaraciones suyas: “….mi opinión es que no fue violada. En las niñas existen lesiones genitales pero en las mujeres, con vida sexual activa, cuando se trata de violación hay lesiones extragenitales, que no se dan en este caso. Nora no se defendió”, sostuvo meses después del crimen. O el médico afirma algo para la prensa y lo contrario en los tribunales o viceversa.

Una vez más: el ADN hallado en el momento del descubrimiento del cuerpo es de Macarrón, aunque se lo quiso pasar por el de un pintor y hasta por el del hijo de Nora. Pues Macarrón está a salvo porque el fiscal lo descartó y aseguró que el semen es de nadie.

Entonces, un criminal comenzó y terminó el proceso de muerte por asfixia manual y a lazo y el otro, al mismo tiempo, ejecutó actos sexuales para que se creyese luego que Nora tuvo sexo con su asesino. ¿Rebuscado? Parece ficción. ¿Y las pruebas? Es la imaginación de este fiscal, que navega sobre Falkor en una historia sin fin. Entonces, para Pizarro el sexo fue una puesta en escena. Nora tuvo sexo para que creyeran que tuvo sexo, o, para seguir con fidelidad el pensamiento de la fiscalía, crearon una escena sexual para que creyeran que tuvo sexo para lo cual tuvieron sexo. Hasta tuvieron la precaución de dejar a mano un pote de vaselina, circunstancia que la acusación remarca porque se la pasa hablando una decena de veces sino más de la ausencia de lubricación. ¿Cómo los asesinos habrán decidido la división de roles? ¿Y si el acto sexual fue parte del pago de Macarrón?

¿No es una locura toda esta elucubración fiscal? Si se volviera al primero de los fiscales, el inefable Javier Di Santo, el gran responsable de la oscuridad de este expediente, y se repasaran los gruesos errores que cometió se explicaría por qué el último en sucederlo, o sea Pizarro, llegó hasta el abismo de la sinrazón.

Un hombre. Dos hombres. Uno de ellos encargado de dejar marcas, lesiones específicas en los senos, una pequeña fisura en el ano. El forense Vignolo habló de sexo fogoso...

Nora Dalmasso tenía un amante, Guillermo Carlos Albarracín, que estaba en Punta del Este jugando el mismo torneo de golf que Macarrón. La relación extramatrimonial había comenzado en octubre de 2005, es decir un año y tres meses antes del asesinato de Nora. Esta relación se había fortalecido y, a la vez, el vínculo con Macarrón se iba aflojado. ¿Por qué hay que creerle a Macarrón cuando dijo que tuvo sexo con su mujer el miércoles anterior a su partida a Uruguay a jugar al golf?

Cuando el grupo de amigos estaba en Uruguay, ya hacia fines de noviembre de 2006, Macarrón le mandó apenas un par de mensajes a su mujer. En uno le decía que estaba primero en el certamen y en el otro le comunicaba que había ganado el torneo. Seco: “Gané llamame”. Para el fiscal esto es una demostración acabada de las malas intenciones del marido hacia Nora (y de lo pésimo que se llevaban). Solo dos mensajes en toda la estadía uruguaya de Macarrón, con malos antecedentes como jugador de golf que imprevistamemte gana el torneo. En cambio con Albarracín Nora siempre tuvo intercambios de mensajes fluidos y ardientes. Uno de Nora decía: “Pasa por aquí te espero en bata y sin nada”. No tiene fecha. Otra vez la bata. Era un mensaje borrado y recuperado del teléfono de la víctima. Apareció la bata, la misma que fue encontrada en la habitación donde Nora fue asesinada y cuyo cinturón fue empleado para estrangularla. De estas circunstancias el fiscal Pizarro deduce que Macarrón sabía del engaño de su mujer y que por eso la mandó matar en un momento propicio, o sea cuando él estaba en otro lado, en otro país. Eso significa “coartada”, estar en otro lado cuando se comete un delito. Pizarro no descubrió la pólvora. En una conferencia de prensa realizada el 5 de diciembre de 2006, ya Macarrón confesó a los medios en una conferencia transmitida en todo el país, con sus dos hijos a cada lado, de entonces 16 y 19 años (innecesario completamente), que le perdonaba a su mujer cualquier infidelidad que hay cometido. Es decir que América, en este caso, ya había sido descubierta.

El fiscal cree que el engaño de la mujer decidió al marido a mandar a matarla. No hubo un arrebato furioso sino una lenta maquinación. El reverso de la moneda muestra que el engaño del marido no decidió a la mujer a matarlo. Macarrón tuvo una larga relación con una amiga de Nora, tan larga que duró todo el matrimonio con Nora, es decir veinte años, con lo cual se puede decir que Macarrón convirtió a su mujer en su querida ocasional y a su amante en su mujer. Desde el homicidio de su mujer, Macarrón aseguró siempre que fue un marido amoroso y que el problema era Nora. Borges decía que no hay que emplear demasiados adjetivos pero a Macarrón hay que aplicarle uno, ¿no?

Según la amante del viudo, que es médico, Nora lo sabía: “Recuerdo que ese día llegué a la casa a las 14 horas, la mujer (Nora) estaba en la puerta, que Marcelo se acerca, me toma del brazo y le dice a su esposa ‘este es el amor de mi vida´, dicho que me puso incómoda e interpreté como un acto de crueldad extrema para con Nora como para conmigo”. Nora, según la mujer, lo tomó en broma.

Pizarro lo menciona para exponer la catadura moral de su acusado. Un hombre que estuvo veinte años engañando a su esposa dijo de Nora, en aquella conferencia de prensa del 5 de diciembre de 2006: “Si se ha equivocado en los últimos tramos de su vida la perdonamos totalmente. Yo no soy quién para juzgarla, sino que la va a juzgar Dios si hizo algo malo. Nosotros la hemos perdonado ya”, afirmó. Y siguió: “Nunca me dio ningún indicio de infidelidad… si se comprueban las actitudes que han tenido en sus últimos momentos de vida, yo creo ha habido algo en ella que se le ha pasado por la cabeza… alguna alteración psicológica. “Lo que me da bronca en este momento es no haberme dado cuenta como médico para poder ayudarla”. Hubo periodistas que no le creyeron una palabra y le preguntaron apenas terminó de hablar si él tuvo algo que ver con el asesinato. Macarrón, obvio, lo negó.

La última prueba que Pizarro consideró contra Macarrón tiene que ver con características personales. No lo describe de la mejor manera. El acusado es muy tacaño. Fue deudor incobrable de la tarjeta Diners Club, por ejemplo. Algunos “amigos” buscaban evitarlo porque sabían que serían ellos los que deberían poner la mano en el bolsilllo (¿¡cuanto le habrá pagado a los asesinos?!). La dedicación a su profesión fue su salvación. Con los años tuvo ingresos económicos suficientes y se quejaba de los gastos de su mujer, que era comunes y corrientes.

Pizarro no descartó que el móvil de este crimen haya sido doble, o sea personal (la infidelidad de ella) y económico. Subraya que tanto Dalmasso como Macarrón: “…asignaban a lo económico un interés importante, que llevaba a elegir y seleccionar a sus amigos en aras de logros económicos y escalda social, y esconder la realidad de su vida matrimonial a sus vecinos y amigos del barrio”.

La fiscalía acusó al viudo de homicidio agravado por mandar a matar a su esposa y por alevosía. Lo de la alevosa es interesante. Para el fiscal, Macarrón buscó que su mujer estuviese indefensa. Les dio informes sobre los movimientos en la casa, las llaves “o la inteligencia para lograr el ingreso sin forzar cerraduras, y hasta seleccionado un espacio de tiempo en el cual la víctima se hallaría sola”.

Una cosa es que Macarrón provoque dudas con sus actitudes y dichos e incluso que esconda maldad cuando habla de su esposa y otra distinta es que lo que piensa Pizarro esté probado. Para un juicio de culpable (por homicidio en este caso) no alcanza con ser un mal tipo, pues no hay que probar el ser sino el hacer.

El asesino fue cuidadoso. La noche del viernes 24 y la madrugada del sábado 25 de noviembre de 2006, cuando Nora fue atacada, llovía. No se encontraron marcas de pisadas ni barro, ni de un hombre ni de dos. ¿También les habrá dicho Macarrón donde estaban los elementos de limpieza?

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