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Opinión del Lector

Jueves Santo: el papa Francisco les lavó los pies a doce detenidas en una cárcel de Roma

Elisabetta Piqué

Por Elisabetta Piqué

El Pontífice visitó el presidio de Rebibba y evocó el gesto de Jesús en la Última Cena; más temprano, en la Misa Crismal, advirtió a los sacerdotes sobre el riesgo de la “hipocresía clerical”.

Mucha emoción se vivió este Jueves Santo en la cárcel femenina de Rebibbia de la periferia de esta capital, donde el papa Francisco les lavó los pies a doce detenidas, evocando el gesto de Jesús con los apóstoles en la Última Cena.

“Jesús perdona todo”, recordó a todos los presentes el Papa, que desde que fue electo al trono de Pedro, hace 11 años, tal como hacía siendo arzobispo de Buenos Aires, volvió a elegir un lugar de sufrimiento para realizar este rito de la llamada Misa In Coena Domini del Triduo pascual.

En un sermón muy breve y simple, que improvisó después de la lectura del Evangelio, Francisco, de 87 años y en buena forma, explicó el significado de los dos momentos clave de la Última Cena. “El lavado de pies de Jesús: Jesús se humilla y con este gesto nos hace entender lo que había dicho: ‘Yo no he venido para ser servido, sino para servir’. Nos enseña el camino del servicio”, dijo, con buena voz, ya recuperado de una bronquitis.

Por otro lado, evocó el otro triste episodio de ese momento, es decir, la traición de Judas, destacando que, sin embargo, “Jesús perdona todo”. “Jesús perdona siempre. Sólo nos pide que nosotros pidamos el perdón”, subrayó, al evocar que una vez oyó de boca de una “viejita sabia, del pueblo” una frase que suele repetir una y otra vez, desde el comienzo del pontificado, sobre todo cuando visita prisiones: “Jesús no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros que nos cansamos de pedir perdón”.

“Pidamos hoy al Señor la gracia de no cansarnos. Siempre, todos nosotros tenemos pequeños fracasos, grandes fracasos: cada uno tiene su propia historia. Pero el Señor nos espera siempre, con los brazos abiertos y no se cansa nunca de perdonar”, siguió, enviando un mensaje de enorme esperanza. Y anunció: “Ahora haremos el mismo gesto que hizo Jesús: lavar los pies”. “Es un gesto que llama la atención sobre la vocación de servicio”, volvió a explicar. “Pidamos al Señor que nos haga crecer, a todos nosotros, en la vocación del servicio”, rogó.

Acto seguido, como ya había sucedido el año pasado, cuando para esta ceremonia fue a la cárcel de menores de Casal del Marmo, también esta vez, debido a su problema de rodilla, las doce mujeres seleccionadas para este gesto de humildad y servicio se sentaron sobre una tarima levantada al costado del altar, para evitarle dificultades como tener que agacharse.

Acompañado por dos ayudantes, sentado en su silla de ruedas Francisco fue lavando y besando los pies, con cuidado, una por una, a doce detenidas de diversas edades y nacionalidades -Italia, Bosnia, Ucrania, Perú, Bulgaria, Nigeria y Venezuela-, evidentemente emocionadas, según las imágenes que transmitió Vatican News. Ante todas ellas, el Papa se mostró sonriente, tratando de transmitir serenidad y confianza.

Al final de una misa muy emotiva, en la que hubo coros y cantos de guitarra, al agradecerle la visita, la primera de un pontífice, la directora del instituto, Nadia Fontana, también emocionada, le contó que viven en Rebibbia 360 mujeres y un niño. “Su presencia, aquí, hoy, para cada una de ellas es un rayo de sol que calienta el corazón y reaviva la esperanza de poder volver a empezar, aún cuando uno debe recomenzar desde cero”, le dijo, al obsequiarle una canasta con productos cultivados en la huerta de la prisión, un rosario y dos estolas realizados en el taller de collares y cosido por las detenidas.

El Papa, que llegó y se fue acompañado por aplausos y enorme afecto, también dejó regalos: un cuadro con la imagen de la Virgen y un huevo de Pascua gigante para Jario Massimo, el único niño, de tres años, que vive en el penitenciario junto a su mamá desde hace nueve meses.

Bendiciones

Al presidir por la mañana en la Basílica de San Pedro la tradicional Misa Crismal, en la que bendijo los óleos y 1500 sacerdotes -vestidos de blanco- renovaron sus promesas sacerdotales, Francisco hizo una reflexión muy espiritual sobre la compunción, “una palabra tal vez pasada de moda, pero que creo que nos haga bien redescubrir” y advirtió a los curas del riesgo de la “hipocresía clerical”.

Sin rastros de resfrío y al leer un texto largo, incluso improvisando, el Papa explicó que las lágrimas de compunción no significan sentir lástima de uno mismo, sino, en cambio, arrepentirse seriamente de haber entristecido a Dios con el pecado. “Es reconocer estar siempre en deuda y no ser nunca acreedores; es admitir haber perdido el camino de la santidad, no habiendo creído en el amor de aquél que dio su vida por mí. Es mirarme dentro y dolerme por mi ingratitud y mi inconstancia; es considerar con tristeza mi doblez y mis falsedades; es bajar a los recovecos de mi hipocresía”, dijo.

“La hipocresía clerical, queridos hermanos, es aquella hipocresía en la que nos resbalamos tanto, tanto”, agregó. “Tengan cuidado con la hipocresía clerical”, pidió.

Francisco también llamó a los sacerdotes a liberarse de “resistencias y recriminaciones, de egoísmos y ambiciones, de rigorismos e insatisfacciones”. “Queridos hermanos, a nosotros, sus pastores, el Señor no nos pide juicios despectivos sobre los que no creen, sino amor y lágrimas por los que están alejados. Las situaciones difíciles que vemos y vivimos, la falta de fe, los sufrimientos que tocamos, al entrar en contacto con un corazón compungido, no suscitan la determinación en la polémica, sino la perseverancia en la misericordia”, indicó.

“Cuánto necesitamos liberarnos de resistencias y recriminaciones, de egoísmos y ambiciones, de rigorismos e insatisfacciones, para encomendarnos e interceder ante Dios, encontrando en Él una paz que salva de cualquier tempestad”, agregó. Y pidió: “Adoremos, intercedamos y lloremos por los demás. Permitamos al Señor que realice maravillas. No temamos, Él nos sorprenderá”.

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