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Opinión del Lector

Inflación desbocada, el choque del dogmatismo con la realidad

Claudio Scaletta

Por Claudio Scaletta

La visiòn extremista sobre las causas de la inflaciòn sòlo està provocando màs inflaciòn y destrucciòn de la actividad. Y sin posibilidad de recuperaciòn a la vista.

El credo de La Libertad Avanza (LLA) sigue ciegamente una visión extremista sobre las causas de la inflación, un monetarismo ramplón que ningún banquero central de los países que se consideran modélicos siguen considerando válido. Su máxima es que “la inflación es en todo tiempo y lugar un fenómeno exclusivamente monetario”. Los precios dependerían de la cantidad de dinero equivalente que tenga el conjunto de la producción. Si se quiere que los precios se reduzcan, la recomendación de política es simplemente reducir la cantidad de dinero equivalente, la cantidad de pesos que hay en el mercado o, más específicamente, los agregados monetarios.

El detalle es que el dinero no se genera solamente imprimiendo billetes, “dándole a la maquinita” o con la pistolita de Martín Tetaz, el grueso del dinero, de los agregados monetarios, es dinero bancario o crediticio, que es el creado por los bancos cuando otorgan un préstamo (dinero endógeno) o pagan intereses. Es por esta razón que los monetaristas prestan especial atención al déficit fiscal. La lógica que está por detrás es que el déficit se financia aumentando la cantidad de dinero y eso genera inflación. En paralelo se considera que los precios se forman en el momento de la circulación de la producción, cuando la oferta y la demanda se enfrentan en el mercado. Lo que se espera es que, si la demanda cae, por ejemplo porque hay una recesión, entonces los precios también deberían caer.

Siguiendo esta concepción teórica, para frenar una inflación que el gobierno precedente dejó muy arriba, la nueva administración decidió reducir draconianamente el déficit fiscal y evitar así, a toda costa, la creación del dinero que lo financia. Se comprende que esta idea se refuerza cuando se propone que el Banco Central no debe financiar al Tesoro, es decir al gobierno. Lo que significa que el Tesoro no puede recurrir a dinero “nuevo”, sino que debe autofinanciarse: gastar menos, endeudarse o cobrar más impuestos.

El Gobierno también redujo otras fuentes de potencial creación monetaria, lo que explica la búsqueda de bajar a toda costa las tasas de interés de referencia. Uno de los efectos de esta baja de tasas es que los depósitos a plazo perdieron contra la inflación (tasa real negativa: licuadora). Luego, el gobierno también comenzó a mover los precios básicos o relativos (dólar, tarifas y salarios). Apenas asumido indujo una fuerte devaluación de la moneda, lo que significó una suba de más del 100 por ciento en el dólar oficial, y fijó una tasa de devaluación del 2 por ciento mensual. El objetivo fue que, luego del shock inicial, ese dólar funcione como “ancla nominal”. La idea era que también anclen los salarios, pero por ahora las paritarias, aunque se muevan por debajo de la inflación, impiden que esto suceda. Los salarios mantienen una nominalidad alta.

Para que el nuevo modelo funcione resultaba fundamental que al mismo tiempo se reduzca la brecha entre el valor del dólar oficial y los dólares paralelos dado que, a mayor brecha, mayores expectativas de devaluación, es decir de inestabilidad. Aquí es donde aparecieron los trucos del ministro de Economía y sus conocimientos de los mercados financieros. Aunque no sea el equivalente a ir a una casa de cambio y haya que operar en el mercado intermediando con la compraventa de un bono, para los dólares financieros no hay cepo. Como los dólares no son una mercancía reproducible, su valor (David Ricardo) depende exclusivamente de la oferta y la demanda. La demanda de dólares proviene de las obligaciones con el exterior, las importaciones y la salida de capitales. La oferta son las exportaciones, el endeudamiento y el ingreso de capitales.

Dado que el gobierno se jacta de haber estabilizado el valor del dólar, resulta de interés repasar cómo sucedió. Primero, siguiendo el dogma libertario comenzaron a autorizarse todas las importaciones, lo que significa que la demanda de dólares tiene tendencia a aumentar, pero a su vez esa tendencia se contrarrestará progresivamente por la recesión inducida por la devaluación más la baja del gasto para reducir déficit interno.

Segundo, fue necesario resolver el problema heredado de la deuda de los importadores con sus proveedores, el “plan llegar” de Sergio Massa, lo que a partir de diciembre significaba una demanda extra de dólares vinculados a las importaciones (pasadas). Las acciones fueron dos, con la emisión del Bopreal --que los deudores por importaciones suscribieron en pesos, pero que se puede vender en dólares-- se consiguió que los importadores consigan divisas por fuera de las reservas del BCRA. Para las importaciones nuevas se decidió que debían pactarse en cuatro cuotas mensuales, lo que ralentizó la presión sobre las reservas internacionales hasta donde el gobierno quería: abril, cuando comenzará la liquidación de la nueva cosecha. Sintetizando por el lado de la demanda, se solucionó la demanda vieja, se postergó en 4 cuotas la nueva, y se indujo una recesión.

Por el lado de la oferta fue más simple. Siempre se dijo que el mercado del dólar financiero era relativamente pequeño, algo que entendió muy bien el mesadinerista Caputo. Para abastecer a este mercado se creó la alternativa de que los exportadores liquiden el 80 por ciento de las ventas en el Banco Central al valor oficial y el 20 por ciento restante en el financiero, lo que los siempre creativos operadores llamaron rápidamente “dólar blend”. Esta fue la oferta de dólares que mantuvo estable los precios, no la presunta venta hormiga de la clase media para llegar a fin de mes, venta que si existe no mueve el amperímetro.

La primera conclusión preliminar es que las herramientas que se utilizaron para mantener al dólar como ancla nominal son esencialmente transitorias. Pasados los primeros cuatro meses el efecto de “cuotificar” los pagos de importaciones quedará diluido. El único freno que se mantendrá incólume será la recesión. Adicionalmente la inflación en dólares desde la devaluación ya comenzó a funcionar como instrumento de nueva presión devaluatoria y es probable que el proceso se intensifique cuando llegue el momento de liquidar la cosecha. Sucede que una gran limitación de la estructura económica local es que un solo sector prácticamente monopoliza la provisión de divisas, lo cual le otorga un gran poder en la fijación del precio del dólar. Para ese sector, por razones ajenas al gobierno, cayeron los precios internacionales y, por acción del gobierno, subieron en divisas los precios de sus insumos. Con más costos y menos ingresos el comportamiento que tendrán cuando llegue el momento de liquidar la cosecha parece predecible.

El resultado hasta el presente es que, luego de la devaluación, el dólar se mantuvo efectivamente estable. La brecha con el financiero se redujo y el gobierno se congratula de tener superávit primario y financiero a pesar de que buena parte de la baja de gastos se basó en la postergación de pagos que en algún momento deberá cumplir. La recesión está en marcha sin matices, pero la suba de precios sigue a todo vapor y encima todavía restan muchos ajustes de precios básicos.

Buena parte de la inflación registrada se explica por el arrastre de la megadevalución de diciembre y por lo que eufemísticamente se nombra como “precios reprimidos”, por ejemplo, la liberación de los precios de los alquileres, combustibles y servicios de salud y educación, pero quedan muchos reprimidos más, como el gas y la electricidad, lo que tendrá un impacto mayúsculo en los costos de producción y logística en los próximos meses. Y a lo que por supuesto debe sumarse la incertidumbre cambiaria, que no está despejada.

Dado que los precios siguen sin desacelerarse, el gobierno cuyos integrantes predicaban que “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno exclusivamente monetario” recurrió nada menos que a la más “flacsiana” de las teorías, justo la pregonada por sus adversarios más despistados, la de los “formadores de precios”. Incluso el presidente le agregó su toque y habló de “formación no lineal de precios”, un concepto de la mercadotecnia para referirse a las ofertas. Según esta novel visión de los otrora monetaristas ortodoxos, los precios verdaderos serían el promedio entre los de oferta y los sin oferta, un precio más bajo que captado por el Indec. O sea, detrás de la inflación que no baja estarían los formadores de precios y el Indec. CFK quién te conoce.

Frente a las fallas de la teoría, hasta el propio Caputo decidió hacer de tripas corazón con los viejos dogmas y convocó a alimenticias y supermercadistas para analizar el fenómeno. En el cónclave con los empresarios escuchó que la realidad se parece más a un manual que los integrantes del gobierno nunca leyeron, el de la inflación de costos, que por supuesto indica seguir otras políticas. Los precios no bajan porque, en palabras de los propios “formadores” que asistieron a la reunión, los costos de producción siguen aumentando en dólares. Y las ofertas se multiplican en los puntos de venta para evitar la sobreacumulación de stocks por la recesión galopante, no para enmascarar precios reales. No parece que la apertura de importaciones pueda cambiar mucho esta realidad, por no hablar de las presiones sobre la demanda de dólares.

La segunda conclusión preliminar, entonces, es que el ajuste que el gobierno esperaba que se produzca por precios, se producirá por cantidades, es decir bajará la producción, pero no la inflación.

Volvamos a la teoría. Quienes siguen el dogma de que los precios se forman en el momento de la circulación, predicen que si la demanda agregada cae los precios caen. Quienes consideran que la inflación es un fenómeno de costos creen, al igual que los “formadores de precios” que se reunieron con el ministro, que la caída de la demanda solo será caída de la producción, lo que retroalimentará el proceso por aumento del desempleo y caída de los ingresos.

Una baja de precios por contracción de la demanda en un contexto de costos de producción que crecen solo sería un indicativo de destrucción de stocks, en tanto no podrían reproducirse a los precios de venta. Es microeconomía básica y se traduce en la destrucción de empresas y aumento del desempleo durante las recesiones. Lo llamativo para el observador es que la historia ya demostró que este modelo no funciona. La economía es una ciencia que sabe que determinadas políticas generan determinados resultados. La desgracia ocurre cuando los hacedores de política abrevan en el libro equivocado y cree en él a ultranza. Note el lector que hasta aquí no se habló de contradicción de intereses, sino solamente de la consistencia macroeconómica del programa.

Post scríptum: La economía de noviembre de 2023 necesitaba un ajuste (En rigor lo necesitaba desde 2021). Los precios básicos estaban desalineados y existía una fuerte restricción externa. Es claro que la cantidad de dinero no puede crecer indefinidamente en cualquier contexto, pero ello es por razones muy distintas a las que enarbola la teoría convencional, básicamente por la existencia de la escasez de divisas. Si Unión por la Patria ganaba las elecciones también tendría que haber hecho un ajuste para ordenar la macroeconomía y las cuentas públicas. Luego de años de alta inflación es posible que se necesitasen reglas fiscales más duras. De nuevo, para que se grave en la memoria, el límite de la expansión del gasto está dado por la disponibilidad de divisas. Y es imposible ajustar la economía sin que se experimente una siempre dolorosa recesión. Se suma que los ajustes tienen la posibilidad de fracasar, por eso algunos gobiernos cometen el error de postergarlos hasta que la economía explota.

El desafío de cualquier ajuste siempre es sobre quiénes recaen los costos y qué mecanismos de compensación existen. El problema es que dadas las asimetrías de poder siempre son aprovechados como un capítulo más de la lucha de clases en el que se impone el capital sobre el trabajo, lo que en un país con sindicalismo todavía fuerte siempre es fuente de inestabilidad de mediano plazo. La desviación, cuando se trata de un ajuste dogmático e inconsistente como el de LLA, es que puede provocar en pocos meses la existencia de precios europeos y salarios africanos, un punto crítico y doloroso del que puede ser muy difícil salir. Cuando se destruye demanda, poder adquisitivo, también se destruye oferta, la capacidad productiva de las empresas, la que siempre es difícil reconstruir, más en gobiernos que abominan de la conducción del ciclo económico.

Una chance remota es que alcance con estabilizar, pero no parece un escenario cercano, en particular por las dificultades de construcción de consensos políticos. Otra chance remota es que el gobierno consiga algún financiamiento extraordinario que hoy no está a la vista y ello le permita sostener el tipo de cambio y estabilizar. Si estabiliza y “los mercados” le creen podría comenzar a generarse un flujo de ingreso de capitales destinados a la explotación de recursos naturales que reforzaría el proceso. El resultado sería un país muy parecido al de mediados de los ‘90 con un piso de más del 20 por ciento de desempleo. Otra vez una sociedad invivible. Por algo colgaron el cuadro de Carlos Saúl Menem en el Salón de las mujeres de la Casa Rosada. El final sigue abierto.

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