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Opinión del Lector

Historias de persecución al Peronismo

Alberto Gomez

Por Alberto Gomez

Juan José Valle y Raúl Tanco intentan una sublevación para deponer a la dictadura militar encabezada por el General Eugenio Aramburu, tras ser sofocada se inician los fusilamientos masivos de militares y civiles por igual.

Un sábado de junio, hace 67 años, a un año del derrocamiento del general Juan Domingo Perón, un grupo de oficiales, suboficiales, obreros, intelectuales y militantes barriales peronistas nucleados en el Movimiento de Recuperación Nacional, intentan una sublevación para deponer a la dictadura militar encabezada por el General Eugenio Aramburu, quien había iniciado una persecución brutal, encarcelando, torturando y persiguiendo los militantes del peronismo nacional, escudado en el famoso decreto 4161 del 5 de Marzo de 1956, que prohibía absolutamente todo lo relacionado al peronismo. Dicho decreto prohibía y castigaba a quien usara o tuviera imágenes, canciones, obras de arte, escritos etc., y tuviera mención al general y a su compañera Eva Duarte de Perón -Evita- (también extensivo a todos sus parientes).

La rebelión encabezada por el general Juan José Valle y Raúl Tanco no próspero. Ni bien fue sofocada, el gobierno del general Pedro Eugenio Aramburu inició los fusilamientos masivos de militares y civiles por igual, con algún tipo de juzgamiento sumarísimo en el mejor de los casos y en otros sin siquiera eso, y solo el asesinato inmediato.

Acusados de terroristas, los militantes del primer peronismo iban a pagar con sus vidas la resistencia al régimen militar asesino.

Ante el fallido de la rebelión y los asesinatos masivos de los rebeldes, el general Valle decide salir de su refugio clandestino y entregarse para detener los fusilamientos.

Detenido y juzgado a muerte en el Regimiento 1 de Palermo, fue trasladado a la cárcel de Las Heras. Su esposa, Dora Cristina Prieto, intentó hablar con Aramburu, a quien conocía muy bien porque habían sido amigos, pero no la recibió diciéndole a su asistente que le transmitiera que “estaba durmiendo”.

Su hija Susana, que tenía 19 años, fue a la cárcel a despedirse. Ella y otros testigos contaron que el general Valle estaba muy sereno. Le pidió a Susana que no llorara y le dio tres cartas: una para ella, su madre y su abuela, otra para Aramburu y una más para su pueblo argentino.

Cuando le ofrecieron un confesor -el capellán del instituto Penales- lo rechazo y pidió por el párroco correntino Alberto Pascua Devoto. Al encontrase con Valle el sacerdote se quebró y lloro. El general lo consoló con una broma.

Después de la muerte de su padre su hija Susana se integró a la resistencia peronista, fue mensajera de Perón y más tarde se unió a las Fuerzas Armadas Peronistas.

En 1978 durante la última dictadura cívico militar, estando embarazada y clandestina en Córdoba, es apresada por el general Menéndez. Torturada durante días, atada a un mármol de la morgue de un hospital, le provocan un parto prematuro de sus mellizos. Uno nace muerto y lo colocan en su pecho, el otro que nació vivo y que ella podía ver, lo dejaron morir.

Susana murió en el año 2006 y le sobreviven, una hija y ocho nietos.

Carta del General Juan José Valle al General Aramburu. Junio 1956

Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar positores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí, bastaba. Pero no, han querido escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas en los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.

Entre mi suerte y la de ustedes, me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, ¡hasta ellas!, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años, sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones. La palabra «monstruos» brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.

Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro pueblo. Todo el mundo sabe que la crueldad la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo.

Como tienen ustedes los días contados, para liberarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por ese método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.

Como cristiano me presento ante Dios, quien murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y, como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos, no sólo de minorías privilegiadas.

Espero que el pueblo conocerá algún día esta carta y la proclama revolucionaria, en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con las que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la Patria.

Juan José Valle

Buenos Aires, 12 de junio de 1956

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