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Opinión del Lector

Carta Abierta al Gobernador Gustavo Valdés

La superioridad moral de las tipologías de la correntinidad. El chamamecero, la comparsera y el mencho.

Cuando se produce la expulsión de los jesuitas surge la diáspora de los guaraníes tutelados por aquellos. Sobrevivirán a merced de "entreverarse" aún más con lo blanco o civilizado, se pondrán a las órdenes de los patrones para realizar las tareas del campo. Adviene el concepto "mencho", tanto en sus caracterizaciones positivas; el que sabe de todo en el ámbito campestre (identidad) y fuera de la misma o en el ámbito urbano es rústico, apocado o bruto (diferencia). Hace pocos años, producto de la inteligente propuesta de fortalecer los aspectos locales en función de un mundo global, no sólo que se brindaron todas las demandas requeridas a filántropos que dedicaban el tiempo a preservar ecosistemas como el Iberá, sino que se fortaleció la identidad de sujetos específicos y simbólicos de la correntinidad; el chamamecero, la comparsera y el mencho. El aumento significativo del turismo como una industria con certificado de sustentabilidad, había logrado sacar del plano de lo real a las actividades históricas que se llevaban en los campos e instituirían, a cambio, figuras de lo simbólico, como las del mencho, del baqueano, devenidos en guías turísticos de hombres y mujeres del extranjero que gustosos trocaban dólares y euros para sacar fotos a ejemplares del pecarí de collar entre otras especies reintroducidas o en vías de extinción.

Indefectiblemente al afirmar, con políticas públicas y forzosamente, la identidad para lograr u obtener fines específicos (ingresos en calidad de sitio turístico) el segundo paso o movimiento, es acendrar la mismidad, por intermedio de la diferencia. En el plano de la pasión deportiva esto se observa con rutilante claridad. Uno es de Ará Berá porque no es de Sapucay, se afirma lo que se es a partir de lo que el otro no tiene o no logra ser.

Particularmente el mencho despojado de sus actividades agropecuarias, o reducidas al campo de lo simbólico, debía ser resaltado en sus atributos y funciones para que ese otro, observador y retratador, siguiera dejando moneda extranjera por simplemente tomarle una foto y replicarla en el mundo de la virtualidad.

Se instauraron como políticas públicas festividades alusivas al mencho y su quehacer, las expresiones culturales ya consolidadas, como el Chamamé y el Carnaval, pasaron a ser universales; pasistas, bastoneras y demás ingresaron al olimpo de las deidades sostenidas y a sostener así fuese con estructuras de barro en una tierra fértil y presta para ello.

Para dejarlo en claro, la necesidad y conveniencia imperiosa de no avergonzarnos de tales características de nuestra identidad, no tiene que ver con lo sucedido después. Hablamos de la hiperbolización, de la aceleración de estos patrones característicos identitarios. No conformes con cambiar la matriz productiva y tomar los recaudos para ello, además de forestar, los árboles debían ser cortados para que vertieran una resina, rica, combustible, inflamable y exportable que aumentara la ganancias, sin advertir del peligro ecológico de una práctica que los menchos o el menchaje no estaban preparados para administrar.

Expresábamos que el mencho, que la comparsera y el chamamecero, se constituían en los prototipos por antonomasia de la correntinidad. En este afán, que se combustiona rápido por mero voluntarismo, lo mismo que se hace actualmente con los "influencers" de buena voluntad, se los deifica, se los unge en una suerte de altar, de sacrosanta peculiaridad.

El problema aparece cuando estos íconos incuestionables operan desde su función de absolutos. El mencho, considerado el hombre rústico de campo, olvidado, sesgado, fue recuperado, ensalzado y reivindicado, sin analizar la tensión natural de identidad-diferencia. Nada que tuviera que ver con lo pensado, con la razón, los argumentos, con el pliegue de la generalidad o de lo filosófico, podría ser tenido en cuenta para la tierra de los menchos. Todo tenía que ver con el "hacer". Así incluso lo exponían los supuestos opositores a los oficialistas, en el absurdo de no ser diferentes a ellos, o serlo en virtud de ser aún más extremistas en relación a lo político-público.

¿Quién podía decirle qué al hombre de campo, al héroe de nuestra república imaginaria? ¿Quién podía preguntarse acerca de los conocimientos de las reinas y sus séquitos del carnaval para que hablaran de lo que fuese a sus cientos de miles de seguidores reales y por redes? ¿Cómo podría cuestionarse el linaje chamamecero que otorgaba bancas vitalicias a muchos de sus miembros selectos, o herederos, para que formen parte, porqué sí, del legislativo?.

Los que algo, en su momento, atinamos a preguntar, fuimos furibundamente atacados, conculcados en nuestras libertades más esenciales, perseguidos judicialmente por elementos ilegítimos de una porción del poder judicial que actúa bajo fines políticos o facciosos. Oprimidos sin la obviedad de la opresión, nos quitaron el trabajo, las vinculaciones y hasta el saludo. Víctimas de la superioridad moral del mencho, pagamos un precio inusitado, por simplemente querer pensar e invitar a hacerlo, dado que forma parte de la esencia de lo humano.

En la situación extrema en la que nos encontramos, debemos comprender que entre todos nos necesitamos. Que no por integrar supuestas mayorías, el mencho, o ser más atractivas (a nivel estético, turístico o cultural) las comparseras, o identificarse más armónicamente con la esencia poética (los chamameceros) los otros, los que podemos ser pensadores, como cualquier otro predicado que queramos transitar, seremos menos, o no tenemos espacio para decir, para escribir y para interactuar.

Contrafácticamente, todo hubiera sido posible. Lo cierto es que el mencho, en su trabajo esencial con respecto a sus labores de campo, hoy tiene su cuota de responsabilidad en relación a la práctica de la quema, en la que no fue reeducado, ni contextualizado en virtud del cambio climático, ni advertido o resguardado por las administraciones de gobierno correspondientes para la toma de reaseguros o recaudos. Mientras la promoción a los cuatro vientos de la "potencia forestal" en la que nos hemos convertido, no encuentra en el ámbito público, la duda legítima, que viene de investigaciones de afuera (cómo la reciente realizada por la fundación La Nación, documental llamado "hambre de futuro") acerca de cuánto es el impacto, inmediato, medioambiental de tal desarrollo, furtivo y extractivista, que modifica los suelos, el clima y que no brinda trabajo genuino, más que en un porcentaje insignificante de la mano de obra que toma. Las ciudades, sobre todo la capital, se llenan de losetas costosas, de pavimento y asfalto, mientras las grandes capitales del mundo, recorren el camino inverso, abonando parquizados y recreando espacios naturales. Eso sí, las comparseras, los menchos, con el reel de una música chamamecera de fondo, nos invita por decisión gubernamental a que juntemos tapitas de plástico, a que recolectemos colillas de cigarrillos y que separemos la basura en 5 puntos aislados de una ciudad cada vez más fagositada por sus contradicciones irresueltas.

Por supuesto que no es responsabilidad, ni culpa del mencho, del chamamecero o la comparsera. Ahora bien sí tiene, o tenemos gran responsabilidad todos, en haber erigido esta cultura del menchaje, de la entangada con la purpurina al desnudo y el trovador pasado de copas que le canta al pobre, romantizado porque lo dice en guaraní, donde lo rústico, lo práctico que descarta la palabra y el pensamiento, desde la que nos impusimos un régimen de la acción por la acción misma y terminamos en la violencia de la incineración.

Se privilegia el contacto, los me gusta de una red social, y la popularidad que como decía Umberto Eco, es muy diferente al prestigio. «Cuando yo era joven, había una diferencia importante entre ser famoso y estar en boca de todos. Muchos querían ser famosos por ser el mejor deportista o la mejor bailarina, pero a nadie le gustaba estar en boca de todos por ser el cornudo del pueblo o una puta de poca monta... En el futuro esta diferencia ya no existirá: con tal de que alguien nos mire y hable de nosotros, estaremos dispuestos a todo.»

A nivel internacional, las administraciones políticas, que priorizan la acción, que anulan la posibilidad de la palabra y por ende del entendimiento, no sólo, que se constituyen en regímenes autocráticos sino que avanzan, agrediendo por sobre los otros, como azorados vemos.

La cultura es el ámbito por antonomasia de la palabra, el teatro Vera, un símbolo del prestigio al que supimos aspirar. De acuerdo a lo que señalan las voces que hablan lo que luego hará el gobernador, en breve se entronizará la superioridad moral de las tipologías de la correntinidad. El Chamamecero, la comparsera y el mencho, consagraran en lo real, lo que detentan en lo simbólico. Sí esto escribimos, es solamente y a los únicos efectos de conservar el plano de lo imaginario. Sitio en dónde creemos que estas palabras, recibirán al menos tu atención para que las pienses y tengas algo que decir al respecto.

Sí es que todos, en una comunidad dada, valemos lo mismo y no existen tipologías superiores o ensalzadas por el inconsciente colectivo y por políticas públicas, entonces sí, vamos a reconstruir nuestro suelo, nuestro hogar, nuestro ecosistema, nuestro vínculo y armonía con nosotros mismos sin que el entorno esté por fuera, a riesgo de ser tomado o agredido nuevamente o en otra trágica instancia.

Más que nunca, pensemos.

Por Francisco Tomás González Cabañas.

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