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Opinión del Lector

¿Un país de enroscados mediáticos?

Eduardo Aliverti

Por Eduardo Aliverti

Definir como engañoso al curso político-mediático de los últimos días es una probabilidad interesante.

No es contradictorio con lo afirmado aquí hace siete días, en el sentido de que el discurso del Presidente ante la Asamblea Legislativa y el alegato de CFK marcaron, justamente, todo lo contrario a un engaño, porque clarificaron la unión o unidad conceptual que los emparenta.

¿De qué se trataría lo embustero, como no sea enroscarse en pujas y pullas que -a veces ineludibles- sirven para acentuar seguridades y posicionamientos políticos pero sin extender, nunca, el arco de convencerse entre los convencidos?

Para que se entienda y reafirme mejor, tal vez, una cosa es el derecho y la necesidad emocional de la indignación. En público, y en privado ni hablar.

Otra cosa es suponer que no se requiere un salto de calidad, grande, en quienes, desde un progresismo audaz, dispuesto a producir cambios contra los factores de poder concentrados, tienen la responsabilidad de elevar lo que se llama “el debate”.

Nadie, se supone, aspira seriamente a que la política argentina se convierta en un manto de placidez institucional. Esto no es Borgen. Estamos cruzados por la violencia, por cierto que incluyendo la discursiva, desde el fondo de nuestros tiempos.

La parte buena, o insuficiente pero necesarísima, es que en Argentina, a nivel de minorías intensas, representativas y significativas, hay una pasión política y un cruce de proyectos difícil o imposible de conseguir en otros lados del orbe. Y que gracias a ese ardor sufrimos tragedias, del mismo modo en que tampoco se consiguen como acá, en el traste del mundo, los avances de libertades civiles, del papel socialmente integrador del Estado, de una educación y salud públicas que mantienen (muchos) rasgos para sentirse orgullosos en una Latinoamérica no precisamente caracterizada por eso.

¿Dónde se ha visto, consideradas las proporciones demográficas y la incidencia cultural, ese fervor que tiene aquí la contracorriente frente al ideario neoliberal? ¿Dónde se ve que las reivindicaciones de los feminismos tengan la potencia de lo que sucede entre nosotros? ¿Dónde hay el grado de movilización callejera de Argentina? ¿Dónde en que sea, o siquiera parezca, que la política todavía tiene bastante para decir en lugar de ser un campo totalmente orégano para el interés de las corporaciones?

Pero una parte (muy) deficiente, seguramente inevitable, es que el apasionamiento, cuando lo comandan las andanzas y operaciones mediáticas, producen este show casi permanente de mentiras ostentosas, bravatas, griteríos, chicanas sin fondo, fondos con las mismas formas, formas que inclusive no guardan mínimo respeto por normas básicas del periodismo y la comunicación profesionales.

El “episodio” de Beatriz Sarlo, de la andanada virulenta contra Axel Kicillof, es poco menos que indescriptible.

Sabrá ella, Sarlo, si dijo de distraída o de pérfida aquello de que le ofrecieron vacunarse por debajo de la mesa. La citan a tribunales, sale, arruga y declara que nunca le ofrecieron nada por un atajo ni por canales ilegales, que se autocritica fuertemente, que hubo una metáfora desgraciada, que habitúa incurrir en expresiones “poco apropiadas”. ¡Y que ella no tenía los recursos informativos para saber que había de por medio la idea de concientizar a la población sobre la necesidad de vacunarse, mediante una campaña con personalidades reconocidas!

Semejante batería de desmentidas de la propia protagonista del hecho fue ignorada olímpicamente por la prensa opositora, pero eso no es todo ni de lejos: usaron sus dichos como ratificatorios de que en la provincia de Buenos Aires también hubo el intento de “vacunatorio vip”.

Increíble. O exactamente al revés.

Kicillof indicó el ataque canalla contra él y su familia. Y subrayó que el enchastre de que fue víctima es constitutivo de una campaña deliberada.

Para el caso, el gobernador hizo bien, muy bien, porque la infamia no le dejó más opción que responder al palo por palo.

En otros casos, en cambio (que no involucran a Kicillof, quien contesta con buena gestión e incorruptibilidad en lugar de meterse en polémicas invariables), el Gobierno y varios de sus medios afines se prenden en batallas que retroalimentan lo que en tantas oportunidades es una escandalosidad banal, sobreactuada; inconducente, por fuera del circuito de los simpatizantes fijos.

Y resulta que a más batahola de ese tipo es muy probable que haya más ganancia no de la oposición en sus términos de figuras puntuales y aprovechamiento electoralista, sino del hastío que produce esa retahíla de acusaciones mutuas. Ganancia del discurso de la antipolítica. De que son todos más o menos o directamente lo mismo.

Eso deviene en un riesgo enorme para el Gobierno, que tiene la responsabilidad de demostrar que cuanta más política es mejor. Su fortaleza debe apoyarse en convencer sobre la base de lo propositivo. De la política en manos de su buena dirigencia, y no en las de gerentes del cinismo liberalote o en las de los “antisistémicos” que sirven al sistema.

Sólo como ejemplo (seguro que polémico), el desastre organizativo del gobierno porteño en el primer día de vacunación para los mayores de 80 pareció generar deleite vengativo en algunas espadas comunicacionales del palo y, es presumible o indubitable, en el sentimiento de mucho adherente oficialista.

Nosotros echamos a Vanoli por el viernes negro de la cola de los jubilados en los bancos y a Ginés al toque del sincericidio en ese otro viernes horrible, pero ustedes mantienen a Quirós como si nada; y acá tenés las consecuencias de comprarte el marketing de Larreta, y hacete cargo de haber votado a Macri, y etcétera.

Todo se comprende, entiéndase, porque esa rebelión anímica que provocan los ataques despiadados del eje opositor, encabezado por su aparato mediático, es irrefrenable.

Además o a propósito, claro que es indispensable exhibir los mamarrachos del gobierno de CABA y, en particular, en torno de su ineptitud (o decisión) respecto de la administración pandémica: renegar de la “vacuna rusa”; antes, del esfuerzo de las autoridades nacionales para controlar la expansión del virus; después, “privatizando” diez mil dosis de las 40 mil recibidas; más tarde, para defenderse contra la agilidad y eficacia bonaerenses, el señalamiento a Nación de que no se le entregan partidas en simetría con su cantidad de adultos mayores…

Sin embargo, ¿concentrar todas las energías reiterativas en el marcaje de tales deméritos o intenciones resulta eficiente?

Visto con reposo, ¿sirve eso, políticamente?

No se dispone de un encuestómetro confiable, certificado, definitivo, acerca de cuáles son en rigor la repercusión e influjo de escandaletes como los aludidos. Del enrosque de las franjas ultrapolitizadas, o súper enardecidas, con/contra las visiones y proyecciones y maniobras del editorialismo comunicacional.

Pero ensayemos:

¿Las mayorías populares no pueden dormir porque el Presidente demora designar a quien sucederá a Losardo? ¿Formosa es una muestra de cólera nacional o distrital, aun excluyendo que opera un ardid opositor para experimentarla como elemento de desestabilización generalizado? ¿En qué consiste el costo político ése de que Alberto se cristiniza? ¿De qué no hablamos cuando sólo se habla de escándalos, repotenciándolos?

¿No será que es complejamente más sencillo, y que las grandes expectativas son una buena vacunación, y el trazado del control inflacionario como lo viene siendo la cotización del dólar desde que estimularon que se pudría todo, y la ayuda estatal genérica e inclusiva en esta pampa húmeda desequilibrada?

Si no es eso, más parecería que somos el país de los enroscados mediáticos.

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