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Opinión del Lector

Tuyutí: la batalla más cruel e interminable

MEMPO GIARDINELLI

Por MEMPO GIARDINELLI

Quizás sea la fecha más dramática y dolorosa de toda la historia argentina y latinoamericana. Sin embargo aquí casi no se la recuerda.

Hace 157 años, el 24 de mayo de 1866, se libró la batalla de Tuyutí en campos y bosques del sur de la República del Paraguay, del otro lado del impresionante encuentro del río homónimo con el Paraná, esa confluencia que es una maravilla natural frente a la hoy localidad turística llamada Paso de la Patria, en la provincia de Corrientes.

Allí, a orillas del Paraná y frente a la desembocadura donde recibe las aguas de los ríos Bermejo y Paraguay, que forman una extraordinaria confluencia hídrica, se libró la que muchos historiadores consideran la más horrible y también vergonzosa batalla de la Historia Argentina, en tanto expresión de un modelo de colonización al servicio de potencias extranjeras que llega –puede decirse que agravado– hasta nuestros días.

Son muchos los testimonios y fuentes que coinciden en que en Tuyutí se libró la más cruenta batalla en territorio sudamericano. Conjuntando versiones, según la Wikipedia se enfrentaron en esa batalla unos 40.000 soldados con 60 cañones de lo que la historiografía sigue llamando Triple Alianza, contra 23.000 paraguayos que sólo tenían 4 cañones, pero quienes con valor extraordinario sostuvieron el combate durante muchas horas, a pesar de lo cual fueron derrotados. Algunos cálculos establecieron después que esa sola jornada produjo más de 30.000 muertos.

En Tuyutí las tropas paraguayas al mando del general Francisco Solano López fueron finalmente derrotadas por el ejército de aquella Triple Alianza que comandaba el entonces presidente argentino Bartolomé Mitre, aunque librar esa batalla no había sido una decisión argentina, o no solamente.

Lo cierto es que la historiografía liberal malinformó y/o negó el horror de Tuyutí durante un siglo y medio, y es por eso que una nueva Argentina Soberana debería rememorar con verdad reparadora ese episodio horrendo como pocas veces se vivió en este continente.

Algunas crónicas –de las muchas que hubo y todavía pueden consultarse en fuentes paraguayas, argentinas y brasileñas– testimonian que las tropas paraguayas estuvieron al borde de una victoria que hubiese sido desastrosa y final para los aliados, pero debieron replegarse por los estragos que les causaba la artillería brasileña, dominante desde la moderada elevación de la Isla del Cerrito, hoy municipio turístico de la provincia del Chaco, y donde Mitre había autorizado que se estacionara el ejército brasileño, en el quizás primero de sus dislates de militar de salones, como le decían.

Como sea, Tuyutí es la batalla emblemática de esa guerra que se llamó de la Triple Alianza, que en pocas horas horrorosas arrasó con la elite militar paraguaya, y que a la vez condenó a un absurdo “olvido” a este hito histórico, quizás porque los vencedores necesitaron ocultar para siempre la vergonzosa razón de aquella guerra provocada por los gobiernos de Argentina, Uruguay y Brasil, unidos en ominosa defensa de los intereses de Gran Bretaña, cuya voracidad imperialista ya en esa época no admitía que una pequeña nación del interior sudamericano intentase con éxito un modelo propio y autónomo de desarrollo industrial con autodeterminación y encima con éxito.

Eso era inadmisible para la corona británica, que siempre hizo su juego. Pero lo vergonzoso fue que tres gobiernos cipayos le hicieron todo el trabajo sucio y destruyeron lo que Juan Bautista Alberdi (un argentino reconocido con amor en el Paraguay contemporáneo) definió como “emblemas” de aquel Paraguay que había desarrollado sus propias líneas de navegación a vapor, energía y telégrafos eléctricos, fundiciones metalúrgicas, astilleros y arsenales, y hasta su propio ferrocarril.

Felipe Pigna escribió hace años que –bajo los gobiernos de Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano– “la mayor parte de las tierras pertenecía al Estado, que ejercía además una especie de monopolio de la comercialización en el exterior de sus dos principales productos: la yerba y el tabaco. El Paraguay era la única nación de América Latina que no tenía deuda externa porque le bastaban sus recursos”.

Aquella fue una guerra de devastación que duró 6 años (1865 a 1870) y en ella Brasil, Uruguay y Argentina cumplieron un infame rol cipayo al servicio de los intereses de la corona británica que decidió acabar con el primer modelo autónomo de desarrollo, el paraguayo, que era ya un “pésimo ejemplo” para el resto de América.

El conflicto se había originado en 1863, cuando el Uruguay fue invadido por un grupo de liberales uruguayos comandados por el general Venancio Flores, quienes derrocaron al gobierno blanco, federal y único aliado del Paraguay en la región. Esa invasión-provocación se había urdido en Buenos Aires y con aprobación brasileña. Y cuando Paraguay quiso intervenir en defensa del gobierno uruguayo que era su aliado y había sido depuesto, y declaró la guerra al Brasil, Mitre no permitió el paso de tropas paraguayas por el puerto de Corrientes, lo que llevó a Solano López a declarar la guerra también a Argentina.

Error estratégico y de mensura del propio poder, cuando en 1865 se firmó el Tratado de la Triple Alianza la suerte de aquel Paraguay independiente y desarrollado estaba sellada. Y entre 1865 y 1870 prácticamente se vació de varones, adultos y niños, y quedó en ruinas. Y así el país que Pigna bien definió como “mal ejemplo para el resto de América latina” fue condenado para siempre al subdesarrollo y la pobreza.

La impopularidad de esa guerra en la Argentina fue enorme: a los tradicionales conflictos generados por la hegemonía porteña, se sumaron levantamientos de caudillos en Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis. La oposición a la guerra se manifestaba de maneras diversas, entre ellas la actitud de los trabajadores de los astilleros correntinos, que se negaron a construir embarcaciones para las tropas aliadas. Y también se apreció en la prédica de pensadores como Alberdi y José Hernández, quienes apoyaron decididamente al Paraguay. Y el caudillo catamarqueño Felipe Varela llamó a la rebelión y a no participar en una guerra fratricida: “Ser porteño –sentenció– es ser ciudadano exclusivista, y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la política del gobierno de Mitre”.

La guerra terminó en el año 70, cuando Sarmiento asumió la presidencia y entre sus primeras medidas mandó terminarla justo cuando los “aliados” lograron tomar Asunción. El Paraguay quedó destrozado, diezmada su población, arrasado su desarrollo y ocupado su territorio.

Tuyutí fue más que una primera y horrorosa batalla; fue el anuncio de una conducta que de diversos modos América latina y nuestra Argentina han sufrido muchas veces. Y que siguen vivas, en mandantes y en obedientes.

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