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Opinión del Lector

Milei, las redes y la cultura del aguante

Gastón Garriga

Por Gastón Garriga

El presidente Javier Milei, en el lapso de unas pocas horas, discutió con una cuenta fake de Axel Kicillof como si fuera el propio gobernador, luego arrobó al verdadero, para asegurarse de que se enterara de su respuesta y, por último, lo trató de estúpido en declaraciones periodísticas. Es, hasta para él mismo, un nuevo récord, que merece ser analizado.

Pero este récord debe inscribirse en la línea de sus declaraciones anteriores. El presidente, que se juega todas las fichas a la aprobación de la ley ómnibus y el DNU, en los últimos días trató a los diputados de “coimeros”, luego de “idiotas útiles” y finalmente amenazó con investigarlos. Como estrategia de construcción de mayorías es por lo menos curiosa.

¿Qué pasa por su cabeza? La respuesta exacta es, obviamente inaccesible, pero a la hora de construir hipótesis, viene muy bien la lectura de “Está entre nosotros”, la compilación de ensayos sobre el fenómeno libertario que, coordinados por Pablo Semán, escribieron Sergio Morresi, Ezequiel Saferstein, Melina Vázquez, Martín Vicente, Nicolás Welschinger y el propio Semán.

Uno de los conceptos más destacados del libro es el “fusionismo” entre dos líneas históricas de la derecha, la liberal conservadora y la nacionalista autoritaria, logradas, en bunea medida, a partir de un enemigo común, de contornos deliberadamente vagos (colectivismo, populismo, comunismo, estatismo, etc.), lo que permite mayor margen de maniobra, como los objetos de las sociedades que se inscriben en IGJ.

El matrimonio entre estas dos familias que históricamente se recelaron mutuamente es necesario, pero no suficiente. Aunque no llegó a juntar todo eso, el Pro, como bien sostuvo el politólogo Gabriel Vommaro en sus trabajos, también tuvo una raíz movimientista.

La otra novedad es la condición plebeya del fenómeno libertario, políticamente superadora del desdén clasista apenas disimulado de los dirigentes amarillos.

Milei es, para ellos, definitivamente grasa. Se lo bancarán mientras funcione el experimento. El discurso patotero, violento, provocador, real o escenificado, es parte de eso, como la construcción de su noviazgo o su profesión de fe menemista.

Milei, observan los comunicadores, no desarrolló un “estilo presidencial” sino que mantiene las formas (plebeyas) que le funcionaron como candidato y tuitero. Milei se va de boca. Pero no es lo mismo irse de boca como candidato que como presidente.

Ya dos diputados, Germán Matínez y Sergio Palazzo, sacaron a relucir el tema de las acusaciones, hasta acá infundadas, generando la visible incomodidad de la escueta bancada oficialista. El mensaje es simple “denuncia o lo denunciamos”. Con el honor no se jode. Y, si no tiene nada, deberá retractarse.

Las pocas veces que se reunieron personalmente con él, los gobernadores dieron a entender que su voz es apenas audible, algo temblorosa. No se trata de una presencia arrolladora, de esas que captan naturalmente la atención.

Otra vez, ¿tendrá con qué, este retrucador serial, con más rodaje político en entornos amigables y contenidos que en el mundo real? ¿Se acercará a saludar al gobernador en la próxima reunión? ¿Le sostendrá la mirada? ¿Lo tratará nuevamente de estúpido?

La construcción libertaria tiene más de cultura tribal que de fenómeno político. Y, especialmente, de la cultura del aguante. Son una especie de punks dejados afuera por el ciclo de veintipico de años que se acaba de clausurar.

En ese ideario popular, plebeyo, de barrio, irse de boca cada tanto es ser picante. Irse de boca siempre es ser bocón o medio cachivache y está mal. Pero peor está irse de boca y comerse los mocos después. Arrigar. Ya le ocurrió a su hermana Karina, frente a la justicia electoral, antes del balotaje, con su cacareado peligro de fraude.

Los Milei confunden Twitter, X, con el mundo. No se trata de que lo virtual no sea real, sino que es apenas una parte de lo real, no todo. Claro, es el terreno que mejor dominan, por eso se refugian en él e intentan replicar en otros la misma lógica.

Los ataques de Milei a otros dirigentes son su forma de acumular y construir. El problema es que ahora, o en breve, la realidad empezará a demandar de él otro tipo de respuestas. presidentes son responsables de la realidad. Se puede alegar “pesada herencia” o “dejaron una bomba”, pero tarde o temprano la factura le llega al destinatario.

Hasta acá, otro acierto libertario ha sido ofrecer villanos con rostro, nombre y apellido. La “casta” es Insaurralde en el Mediterráneo, es la fiesta de Olivos, es “Chocolate” en el cajero y es el concejal que le tira un contrato a la novia, mientras el campo popular ofrece enemigos abstractos e inasibles, como la financiarización, la concentración de la riqueza o los programas de austeridad del fondo.

¿Qué pasaría si se le pusiera nombre y apellido a los beneficiarios de todo eso, de Marcos Galperín a Eduardo Elsztein, que ahora tienen su propia disputa, y de Claudio Belocopitt a Paolo Rocca, por ejemplo? ¿Es consciente Milei de la peligrosidad de las energías con las que juega? ¿Qué lo hace creer que está blindado?

Los polìticos profesionales, los que pueden anticipar algunas jugadas y orejean las cartas hasta último momento, oscilan entre documentos como el “Vos no te dejás ayudar” de Hacemos Coalición Federal y la exposición algo sobreactuada de su rol opositor, dicen en privado, para poder salir a la calle cuando empiece el próximo QSVT.

Por estas horas, campea en una parte del peronismo el espíritu napoleónico: “nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error”, mientras otra da la batalla legislativa por evitar que se consume la barbarie.

Es, de alguna manera, el mensaje de Massa, que algunos atribuyen también al silencio de Cristina Fernández de Kirchner, según el cuál en marzo Milei deberá hacer frente a las consecuencias de su desastre económico, cuando las vacaciones sean un (mal) recuerdo y los gastos escolares un drama familiar.

Marzo será, probablemente, la oportunidad en que todos, sociedad, política y gobierno, puedan ajustar cuentas entre sí. Ahí veremos quién se la banca de verdad. Políticamente, claro.

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