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Opinión del Lector

El Jubileo de Platino y la celebración de una monarquía en crisis

Daniel Kersffeld

Por Daniel Kersffeld

La reciente gira de los representantes de la Corona británica por una serie de naciones caribeñas ha mostrado el agotamiento de lo que antes era concebido como un símbolo de unidad y diversidad pero, sobre todo, del poder imperial.

No son pocos los historiadores críticos con la institución monárquica que señalan que más allá del salto de la tradición a la modernidad que, con distinta suerte ensayó Isabel II, lo que se puede observar en su extenso reinado sería principalmente la administración de la irrefrenable decadencia del otrora glorioso imperio.

En este sentido, y si bien el Reino Unido emergió triunfante de la Segunda Guerra Mundial debió pagar el alto precio de la progresiva desposesión colonial para asegurar la supervivencia de un régimen cada vez más controversial y criticado, tanto en el plano interno como externo. Hoy no sólo languidece la vida de Isabel II sino también la legitimidad de una institución que, al menos en el plano global, ya es fuertemente criticada por algunas de sus colonias y países miembros del Commonwealth.

Los festejos planeados por las siete décadas de reinado de Isabel II, momento conocido como Jubileo de Platino, pretenden convertirse en una fiesta popular pero también en una reactualización del poder de la Corona británica. Al fin y al cabo, es la primera vez en la historia del Reino Unido que un monarca cumple setenta años de ejercicio del poder.

Sin embargo, las novedades son preocupantes y no sólo tienen que ver con la salud de la Reina o con las críticas hacia figuras de su círculo íntimo (como las dirigidas hacia su hijo, el Príncipe Andrés, reaparecido hace algunas semanas luego de una acusación de agresión sexual). Este verdadero annus horribilis se centra nada menos que un cuestionamiento hacia la dominación imperial y, directamente, hacia la monarquía como entidad de poder.

Los meses de marzo y abril de 2022 serán recordados por los viajes que distintas personalidades ligadas a Isabel II realizaron a los países caribeños como un intento de reafirmación del poder de Londres justamente en momentos en que comienzan a surgir disidencias de distinto tipo frente al Reino Unido.

Los cauces son diferentes pero confluyentes y van desde la constitución como una república de la isla de Barbados en noviembre de 2021, pero también de los efectos tardíos del movimiento Black Lives Matter que impactaron en Estados Unidos en los últimos tiempos del gobierno de Donald Trump. Además, y en el terreno ideológico, no se puede obviar que varios de los países visitados pertenecen a la órbita del ALBA-TCP, aquel bloque liderado por Venezuela y del que también forman parte Cuba y Nicaragua. Finalmente, debe tenerse en cuenta la impronta del pensamiento panafricano, enraizado en la cultura política caribeña desde hace más de un siglo, e incluso, la vigencia de una ideología anticolonialista y socialista que no esconde sus puntos de contacto con intelectuales como el martiniqués Frantz Fanon y el haitiano Jacques Roumain.

Primero fue el matrimonio conformado por el Príncipe William y por Kate Middleton quienes hicieron una recorrida por Belice, Jamaica y Bahamas. Además de las protestas que tuvieron lugar en Belice (y que forzaron a suspender abruptamente la recorrida por este país), las principales críticas fueron recibidas en Jamaica (foto).

Allí la pareja real hizo una recreación de la visita de la Reina a este país en 1966, con un paseo por las calles capitalinas en un Land Rover: se dijo que la escena resumía “colonialismo” y que las imágenes eran propias del siglo XIX. Pero un error más grave fue cometido en Trenchtown cuando la pareja fue fotografiada saludando a niños jamaiquinos que, hacinados, extendían sus manos a través de una cerca de alambre, en un acto que se parecía más a un pedido de misericordia que a una celebración del imperio.

Sin embargo, el peor momento vivido por el nieto de Isabel II en su gira caribeña tuvo relación con las protestas que le exigían a la Monarquía disculpas y reparaciones concretas por la esclavitud. Si bien el duque de Cambridge expresó su “profundo dolor” por el “aborrecible” comercio de esclavos, muchos sintieron que su discurso no había sido lo suficientemente fuerte. No sólo se acusó a la Corona de “insensible” y “sorda” hacia este reclamo: también se exigieron disculpas públicas por parte de Isabel II.

Por su parte, el primer ministro de Jamaica fue elocuente cuando declaró, mientras la pareja real permanecía en silencio a su lado, que prefería no tener más a la Reina como jefa de Estado. Para tranquilizar los ánimos, desde Londres se hizo saber que el Príncipe Guillermo no vería mal la independencia plena de los países caribeños (claro está, siempre que siguieran formando parte del Commonwealth).

Luego fue el turno del Príncipe Eduardo, cuarto hijo de la Reina, y de su esposa Sofía de Essex, quienes recorrieron Antigua y Barbuda, Granada, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas, cuidando que no se cometieran los mismos errores que se habían producido en la anterior gira. Una vez más fallaron los asesores y funcionarios de avanzada y, sobre todo, los servicios de inteligencia británicos.

Inspirados por la experiencia de Barbados, también las autoridades de Antigua y Barbuda le plantearon a la pareja real su demanda de soberanía plena para la isla, algo no previsto desde Londres. Los carteles de las movilizaciones insistían en que “nos robaron”, “nos vendieron” y ahora “nos deben”. En tanto que la escala en San Vicente y las Granadinas guardó cierto parecido, con movilizaciones al grito de “compensación ahora” y “Gran Bretaña, su deuda está pendiente”.

Asimismo, una carta pública escrita por la presidenta de la Comisión de Apoyo a las Reparaciones del país se refería a las “lesiones, injusticia y racismo” predominantes y agregaba que la realeza continúa viviendo en “esplendor, pompa y riqueza obtenida con el producto de los delitos”. Concluía en que “Inglaterra ha disfrutado del beneficio de nuestro trabajo esclavo hasta el día de hoy y deben ser honestos, admitirlo y encontrar una manera de reconciliarse”.

Ahora el principal interés está puesto en que nada malo ocurra en el próximo viaje de Carlos, el Príncipe de Gales, y Camila Parker-Bowles, duquesa de Cornualles, quienes deben llegar a Canadá el próximo 17 de mayo por una gira de tres días.

Sin embargo, hay motivos reales de preocupación: la primera parada del futuro rey de Inglaterra y de su pareja será en St. John's, capital de Terranova, donde participarán de un “momento solemne de reflexión” en un jardín dedicado a las víctimas del sistema escolar colonial que causó miles de abusos entre niños y adolescentes indígenas.

Daniel Kersffeld es doctor en Estudios Latinoamericanos (UNAM). Investigador CONICET-Universidad Torcuato di Tella.

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