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Opinión del Lector

El día de la maestra contado desde adentro

Iván Stoikoff

Por Iván Stoikoff

Los oficios suelen tener una génesis y una narrativa. La trama docente se narra y es narrada en proporciones desiguales. Desde adentro, se narra el día a día, letra tras letra con apasionada dificultad por el trajín escolar. Desde afuera, la trama docente tiene una historia grandiosa y es narrada por las más diversas disciplinas. Esta narración descansa a menudo en las paradas obligadas del calendario escolar.

Hay varias, marzo es la primera: el mes de la reafirmación cívica en nuestro país con apertura de sesiones legislativas y el reencuentro educativo. Si hubiese una fecha patria del sistema educativo sería el primer día de clases.

Los primeros izamientos son en silencio. Un silencio expectante, irrepetible. Una imagen que rejuvenece año a año en el imaginario nacional y que acompasa la celebración del conjunto de la sociedad, en distintas lenguas de intereses comunes y sentimientos. La vuelta a clases. Como en la literatura del maestro Horacio Cárdenas o como en la tradición criolla, la escuela viviendo un momento único que es a su vez una larga memoria de rituales iniciáticos. Un momento cargado de emociones para cada docente, a lo largo y a lo ancho del suelo argentino.

Marzo es en simultáneo el momento de la disputa por el salario. Entre las reafirmaciones y las incomodidades va el dedo acusatorio de un sector de la sociedad que reprende los mecanismos de lucha. En marzo reverberan las tipificaciones en la tele y retornan los desacuerdos en la privacidad de las queridas salas de maestros y maestras. Marzo se narra desde los confines, en modo centrífugo, y los docentes somos ilustrados al derecho y al revés.

Marzo es el mes donde la escuela exhibe el deseo de una organización meticulosa, con las consuetudinarias listas de libros y útiles y las primeras reuniones de trabajo. Este 2020 no fue la excepción, las escuelas abrieron con la energía de cada ciclo lectivo. Nadie podía imaginar que íbamos ser lo que somos. Este limbo, estos Drive con comentarios, esta virtualidad agobiante. Atrás quedan, en un pasado descompaginado, las primeras miradas de las aulas llenas.

Hay otras paradas obligadas en el calendario, en su mayoría en tributo de las epopeyas patrias que se celebran ya puertas adentro. El colectivo docente tiene su 4 de abril, el día que mataron a Carlos Fuentealba es la fecha que significa la dignidad docente. Seguramente, más tarde que temprano, se celebre a Juana Manso y se actualice así la saga de “irrenunciables” de la educación.

Y en septiembre llega el día del maestro, que a esta altura resulta ya no extemporáneo, sino profundamente injusto que se defina de esa manera. En el teatro de la escena nacional, el 11 de septiembre tiene estelaridad. Es el día de los afectos. Es el día donde la comunidad reconoce, de manera efusiva y fugaz, la labor histórica. No hay reproches un 11 de septiembre, se relata una épica algo arcaica que no tiene fisuras: es sumamente reconfortante. Un dibujo, una taza con el nombre, un abrazo de aquellos tiempos: el cariño de lxs pibxs.

Por todo lo demás, está la narrativa diaria. La que se conjuga con el desengaño, con la mirada amorosa y multilateral, con el plato de comida y el abrazo que viene a remendar quien sabe cuántas ausencias. En ella está la vitalidad pedagógica “traspapelada” por el sistema. La bitácora diaria, los apuntes sueltos en los cuadernos.

Liliana Heker decía que lo que vuelve apasionante a una historia tiene que estar sugerido o estar debajo de lo que se cuenta o en el tono o en el lenguaje. Lo interesante de la historia educativa tiene que empezar a ser la trama docente. Esa producción del aula que, aunque muchas veces es rupestre, no es un subgénero de la pedagogía académica como se piensa en algunos ámbitos, y evidentemente está a años luz de tomar partida en los marcos teóricos que delimitan la práctica.

Del punto cero del año lectivo a hoy, hemos leído reflexiones valerosísimas, e incluso hemos agotado algunos enfoques o cuadros de situación. Tórridos litros de tinta y webinares sobre la educación en pandemia, las limitaciones del trabajo en situación de virtualidad y los desafíos a futuro, en este nuevo mundo de relaciones productivas que va a dejar una huella indeleble en lo social, pedagógico, generacional y político. Sin duda lo que brilló fue la literatura docente.

Que la victoria silenciosa de este año horrible sea la recategorización de la trama del aula. Que la encrucijada 2020 haya empujado hacia adelante a la primera persona del singular y del plural, para no volver atrás.

* Docente. Escribe sobre pedagogía y políticas educativas.

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