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Opinión del Lector

De boliche en boliche

Jorh

Por Jorh

El tren Sarmiento se detuvo apenas salió de la estación Ramos Mejía y Mariano Molina, mirando por la ventanilla vio al que podríamos decir, es el único boliche que sobrevivió de su época, del tiempo del Pachuli, del ¿trabajás o estudiás?, de los pantalones acampanados, de la música disco; estamos hablando de Pinar de Rocha. Podría haber sido Juan de los Palotes, Tarot, Zodíaco o La Casona, pero la mayoría de estos cayó en la batalla a través del tiempo, ya sea por la economía u otros motivos, todos cerraron sus puertas y se apagaron las luces de la pista, las bolas con espejos dejaron de girar y muchos se convirtieron en estacionamientos o torres de departamentos. Bamboche en Flores, por ejemplo, fue víctima de la piqueta y lo demolieron hace mucho tiempo. Cuenta la leyenda que uno de los obreros que trabajaba en el lugar encontró entre los escombros unos auriculares que pertenecieron a un famoso Disc jockey de ese momento. En cambio, Pinar, no… habrá cambiado de nombre o quizás estuvo cerrado un tiempo, pero siempre volvía, ahí estaba firme, testigo de las vías del ferrocarril. A cualquiera que viva por el Oeste se le puede preguntar cuál fue el boliche más famoso y todos van a responder lo mismo, Pinar.

El tren seguía detenido, y la nostalgia lo invadió a Molina, por un rato se olvidó que trabajaba en una compañía de seguros en Castelar y volvió a tener veinte años; él frecuentaba mucho ese lugar y casi todos los fines de semana iba con una barra. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Qué habrá sido del flaco fideo? ¿De Raúl? ¿De Fernandito? ¿De la tana? ¿De Travolta?, ¡El gordo Travolta! Le decían así porque había ido como doce veces o más a ver la película “Fiebre de Sábado por la Noche” para aprenderse los pasos de Tony Manero; seguramente hoy con You Tube le hubiese sido más fácil. El tipo llevaba una libreta, una birome al cine y dibujaba los movimientos del gran John. ¡Cuántos recuerdos, por Dios! ¿Qué será de la vida de toda esa gente? pensaba Molina. Ni siquiera los encontró en Facebook u otra red social. Para muchos Pinar era el “Club 54” de estos pagos, era tener unos mangos en el bolsillo para el boliche, unos tragos e ir a comer pizza a la salida. Muy distintos eran los sábados de Germán, el hermano más grande de Molina, que estaba metido en política y frecuentaba otros lugares más peligrosos que los boliches. Los setenta no fueron igual para todo el mundo, pensó Mariano.

El tren seguía parado y la mente del hombre era cómo una playa donde la marea le seguía trayendo recuerdos, se acordó del peinado afro que tenía en ese tiempo, muy a lo Pam Grier en “Foxy Brown” y su padre carajeándolo a los gritos por el tiempo que se la pasaba en el baño antes de irse de joda. Se acordó de aquella vez que salieron de bailar, volvían caminando bordeando las vías y en Ciudadela los corrió un grupo de pibes para afanarlos o del día que el turco se la pasó descompuesto en el baño y con los otros amigos estaban meta llevarle papel higiénico. Su cabeza ya era un océano nostálgico y por supuesto, no pudo impedir que le viniera a su memoria Marcela, su novia de aquel entonces, que también la había conocido ahí. Marcela era una chica de Castelar y fue su pareja como tres años, la chica se había enamorado de su peinado justamente. ¡Qué pensaría si se lo encuentra hoy totalmente calvo y canoso!

Habrá pasado cientos de veces por ahí y nunca se había fijado en Pinar, esta vez fue una casualidad de estar varado ahí largo rato. Estaba llegando tarde al trabajo, pero no le importaba, él seguía buceando en las historias de sus veinte años.

La gente del tren ya empezaba a molestarse e insultar a Ferrocarriles Argentinos y él ni los escuchaba, continuaba hipnotizado mirando por la ventanilla, hasta tuvo ganas de bajar e ir a verlo de cerca y ver si en una de sus paredes todavía estaba grabado un corazón con el nombre de Marcela y el suyo, un delirio total por supuesto.

Lo único que no podía acordarse, era el lento con el que se animó a hablarle de su amor, estaba entre “Nena me gusta tu forma” de Frampton y “Hombre trabajador” de James Taylor; aparentemente la marea dejó de traer recuerdos a la orilla, los cincuenta y siete años no vienen solos, pensó. Y es verdad… la pifió con los dos temas, a Marcela Ditomaso se animó a declarársele con el tema más famoso de los “Eagles”.

La gente ya puteaba a medio mundo porque seguían ahí parados, una tipa teñida, desagradable y muy colorada por la bronca gritaba sin parar, otro hombre también, muy furioso, empezó a los gritos y decía que estas cosas pasan en este país.

Por un momento, Molina vio a otro pasajero también mirando con mucha nostalgia al boliche de su juventud; seguramente también le traía gratos recuerdos como a él porque era de su misma edad y se animó a hablarle.

- ¡Pinar de Rocha…qué hermoso boliche! – le dijo - Le trae lindos recuerdos como a mí, ¿no? -

Le preguntó al hombre, el tipo lo miró muy extrañado.

- ¿¡Lindos!? No, no…para nada, hermano…ahí en esa calle me chocó otro auto…hace tres meses... me lo hizo mierda. ¡Destrucción total!

Evidentemente ambos tenían historias diferentes… pero con el relato del tipo, a Mariano le vino a su memoria otro boliche de la zona llamado “Crash”.

El tren finalmente arrancó y recién en Morón se acordó de la canción con la que se animó a hablarle a su amor, otro pasajero lo miró extrañado mientras silbaba “Hotel california”.

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