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Opinión del Lector

Cuando la mediocridad reina y gobierna

Ramón Cavalieri

Por Ramón Cavalieri

CUANDO LA MEDIOCRIDAD REINA Y GOBIERNA

Hace casi cien años, el filósofo socialista José Ingenieros publicaba su libro "El hombre mediocre". La reflexión sobre la autenticidad está continuamente presente en la reflexión de los hombres íntegros.

Si bien somos "extraordinarios" porque Dios nos hizo extraordinarios, en lo que hacemos muchas veces somos "mediocres", es decir, carecemos de brillo y no sobresalimos.

Esa mediocridad se ha acentuado actualmente por la falta de exigencia y de disciplina interior. Hay teorías que afirman que es mejor dejar que los niños y jóvenes hagan lo que quieran para no crecer reprimidos. El resultado no parece prometedor para las teorías ni para la república.

No se trata de lograr ser "sobresalientes" para que nos recuerden. En efecto, para la gente de hoy la mediocridad, el anonimato y la mortalidad son horribles, por eso, algunos pocos, se dedican a ser "únicos" a causa de sus logros.

Es fácil ver adonde nos lleva semejante proceder: a la frustración, a la depresión y desespero. No se trata de proponerse una tarea imposible que solamente Dios podría concedernos lograr. Se trata, más bien, de hacer lo que nos corresponde hacer, pero con excelencia, con brillantez y queriendo evitar problemas a los demás. La visión de Ingenieros busca encontrar el justo fiel.

LA MEDIOCRIDAD EN EL ESTADO

Pero hablar de la Mediocridad en el Estado adquiere otros condicionantes. En su nuevo libro, “Mediocracia”, el filósofo y profesor de ciencias políticas en la Universidad de Montreal, Alain Deneault (Quebec, 1970), analiza nuestro sistema social para descubrir por qué las mediocridades están sobrerrepresentadas en el personal de las empresas neoliberales y en los pasillos del poder contemporáneo, es decir, por qué vivimos en una mediocracia.

Denault advierte de que “vivimos sin advertirlo en un sistema donde los individuos son destruidos por la invasión de las normas empresariales, y sometidos sin su conocimiento, incluso en el uso de las palabras mismas, a intereses capitalistas cada vez menos distintos del poder público”. Y añade que “la mediocracia no es solo un desarme intelectual, también constituye la una herramienta para desmantelar la soberanía del Estado a favor de las corporaciones multinacionales”.

Hasta allí parecería que hemos encontrado a los responsables directos del calvario de la mediocridad. Sin embargo, es factible afirmar que, el populismo también da soluciones simples a problemas complejos y, sobre todo, empodera a muchos individuos al acentuar el resentimiento, la envidia y la división.

Daniel Lacalle (Madrid, 1967), Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas (reside en Londres) afirma que “No nos debe sorprender que el éxito de las propuestas populistas en las elecciones europeas coincida con el fracaso de sus políticas en Venezuela, Argentina o Grecia. El populismo nunca tiene la culpa de sus errores y, al transformarse en opción política en otro país, acude inexorablemente al enemigo exterior como justificación de los desastres a los que siempre lleva a la economía. El objetivo del populismo no es reducir la pobreza, sino beneficiarse de gestionar el asistencialismo.

Utilizar las gigantescas partidas para ayudas sociales o programas de empleo para crear más comités y observatorios, haciendo de los ciudadanos clientes rehenes que dependen de la generalización del subsidio y terminan por votarles ante la falta de oportunidades por la destrucción del tejido empresarial y de las opciones de buscar otros empleos”.

Es evidente que la grieta política está presente en todos los ámbitos incluyendo el filosófico. Entiendo que ninguna de las posiciones es equivocada, ya que como siempre se dice: todos los extremos son malos y conducen al fracaso. En mi anterior nota sobre “Políticas Públicas” hablé de este tema particularmente. Es que los gobiernos no pugnan y trabajan para lograr el objetivo malo, sino que equivocan el camino, consciente o inconscientemente quedándose siempre en la solución de problemas coyunturales y pasajeros, dejando de lado el fondo de la cuestión, lo que directamente los condiciona a alcanzar el desprestigiado título de: “MEDIOCRES” (en el mejor de los casos).

Ni izquierda, ni derecha, ni socialistas, ni liberales, son los padres de la mediocridad pues no son, en el fondo, las teorías las que fracasan, sino los hombres que ejercen los gobiernos de esos Estados. Unas veces bajo el manto de la corrupción, otras sustentadas en la incapacidad alimentada por la pobreza educativa y ambas regadas por el maldito fertilizante de la burocracia estatal conforman el trinomio perfecto para localizar, y hacer reinar y gobernar, al objetivo llamado “MEDIOCRIDAD”.

El autor es Periodista Free Lanceer. Comunicador Social. RR.PP. y HH. Prof. Ex Prof. de la Carrera de Com. Social. Ex Presidente de la Sociedad Argentina de Escritores.

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