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Opinión del Lector

Coronavirus: El padecer de los agentes de salud en la atención a los pacientes de Covid-19

Fanelli, Guggiari y Paganelli

Por Fanelli, Guggiari y Paganelli

Una intervención de salud mental en una unidad asistencial mostró cómo vivieron los profesionales sanitarios el ciclo de la pandemia: sus temores, angustias y hasta afecciones físicas.

La condición humana lleva a depositar en el discurso médico-científico el saber sobre la vida y la muerte, otorgándole el atributo de ser un Amo que garantiza el bienestar. La covid-19 produjo un estado de excepción porque atacó la garantía de este saber, provocando sensaciones de angustia en la población. Los hospitales vieron alterada su cotidianeidad dado que son instituciones que concentran y practican dicho discurso, y a los cuales se les conmina, sin importar sus condiciones materiales y de posibilidad, a resolver los sufrimientos internos y externos. Para los trabajadores de la salud, profesionales y no profesionales, implicó la exposición corporal, directa y consciente del riesgo, volviendo amenazante el espacio y la tarea, generando diversas conflictivas entre compañeros de trabajo y con la institución.

Advertidos de esta situación, los directivos del Hospital Español solicitaron la intervención de Salud Mental. Si bien nosotros estábamos atravesados por las mismas circunstancias, no obstante, la estrategia fue, manteniendo los protocolos, concurrir de manera espontánea a los espacios laborales críticos e, in situ, realizar reuniones presenciales en cada sala u office, interrumpiendo los trabajadores su labor. De marzo a la fecha han participado jefes y empleados de todos los turnos en más de 200 reuniones. Los conflictos que tenían un desarrollo íntimo fueron abordados de manera individual.

Describiremos las insistencias observadas: la palabra de los protocolos, por la covid-19, se había tornado hegemónica, pero algunas urgencias imposibilitaban cumplirlos o, por obedecerlos, quedaban expectantes del sufrimiento de los pacientes. Los cambios, en sus contenidos, eran considerados como ineficiencia institucional, que sumado a la falta de “insumos” o de “aparatos”, pasaron a ser la queja que velaba sus afectaciones. La alteración de la rutina laboral se sentía como pérdida del saber, para realizar sus prácticas, pero, a pesar de que “la muerte aislada” se acumulaba, el ideal de asistencia los convocaba a continuar.

Acentuar la percepción de estos agujeros mantenía la ilusión de que un saber único y definitivo los protegería: más allá de la realidad, la reconstrucción del Amo perdido podría disminuir sus angustias.

Ante este escenario, donde el saber desmembrado exponía los cuerpos, el objetivo nuestro fue brindar un espacio donde cada uno pudiera expresar y ser escuchado, poniendo en relevancia la palabra de ellos, sobre las tareas que se realizan y la dinámica grupal que implican.

La tensión del afecto angustioso se volcó sobre las reacciones anímicas, tales como enojo, euforia, llanto, entre otras, o sobre el cuerpo, el sueño o la alimentación, aumentando o alterando sus expresiones. Vuelco que también se manifestó a través de sensaciones de desamparo y desprotección que, en ocasiones, concluyo en renuncias laborales.

En el transcurso de los primeros meses predominó el temor a contagiarse y la culpa por convertirse en los transmisores del virus a sus seres queridos. Culpa que fue incrementada por sentirse objetos de exclusión social y que los aplausos no lograron acallar. Lo llamativo fue que la discriminación también tuvo eco en el interior del hospital, de acuerdo al sector o acción que se realizara. Además, la sobreinformación, a través de los medios de comunicación masiva y redes sociales, contribuyó a la confusión emocional.

La angustia se instaló sobre las fisuras anteriores, haciendo grieta de ellas. Situación que llevó a la persistencia de lo amenazante, generando síntomas psíquicos y somáticos, que tienden a desarrollar lo que conocemos como Síndrome de Burn Out.

En un segundo momento, si bien observamos una disminución de los fenómenos antes descriptos, fue porque la presión se desplazó al aumento de la carga laboral: el mayor ingreso de pacientes infectados se dio junto a la reducción del personal por estar contagiado.

Algunos jefes referían sensaciones de impotencia y frustración a causa del temor a perder la estructura que los empoderaba en el marco institucional; pasaban de la rigidez a lo permisivo en el vínculo con los trabajadores a su cargo.

En la actualidad, a pesar de la presión, se percibe una disminución de lo caótico, al mismo tiempo que empezó a decantar una experiencia fáctica que identifica a cada grupo de trabajo y logra enmarcar lo irruptivo en una rutina que les trasmite más seguridad en el hospital que en el ámbito social, también debido al relajamiento de los cuidados sociales.

¿Qué intentamos hacer? Atravesar, interceptar el espacio amenazante, con la subjetividad de un saber, que permita restablecer el discernimiento ante la adversidad. Muchos pidieron la continuidad de las reuniones y en algunos casos les sirvió para organizar y direccionar un reclamo. Les llamó la atención escucharse entre compañeros: “es como verlos por primera vez”. Empoderar a los trabajadores y jefes en un “saber hacer” singular, que disminuya el malestar impregnado de lo incierto.

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