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La misa crismal colmó de fieles y religiosos a la Iglesia Catedral

El arzobispo Andrés Stanovnik encabezó el oficio en compañía del obispo auxiliar, José Adolfo Larregain, y del emérito, Domingo Salvador Castagna. Se hizo la renovación de las promesas sacerdotales.

La Iglesia Catedral "Nuestra Señora del Rosario" fue el ámbito en el que anoche el arzobispo de Corrientes, Andrés Stanovnik, encabezó la misa crismal. Ese tradicional oficio religioso de Semana Santa fue concelebrado por el obispo auxiliar, José Adolfo Larregain y el arzobispo emérito Domingo Salvador Castagna.

El encuentro religioso contó con la presencia de la mayoría de los sacerdotes de la Arquidiócesis, es que uno de los ritos incluido en esta celebración -a partir de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II- es el de la renovación de las promesas sacerdotales.

La consagración del Santo Crisma y la bendición de los otros dos óleos se considera una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo.

Mensaje del Pastor

A párrafos seguidos, se transcriben los principales conceptos vertidos por monseñor Stanovnik durante su homilía en la Catedral. (...)

La persona ungida es aquella que se le confía una misión y se distingue porque la desempeña en el buen trato hacia sus semejantes. Es alguien a quien se lo capacita para un gran desafío: desentenderse de sí mismo y atender al que tiene al lado. Para ello es preciso una diligente preparación.

El término unción viene del verbo untar, engrasar, frotar con aceite; y que a su vez proviene del latín unctum que significa aceite, o también ungüento para perfumar. De hecho, para preparar el Santo Crisma, se utiliza aceite de oliva y se le añaden perfumes. En la antigüedad se ungían los cuerpos de los atletas para el combate y se ungían a las personas con aceites perfumados para hacer más agradable el encuentro.

Si la unción con el Santo Crisma nos "untó" hasta el alma con la gracia de Cristo, nos injertó en Él para que por Él vivamos como seres pascuales, muriendo y resucitando con Él, la misión se deriva de la gozosa experiencia de esa unción. Esa misión consiste en anunciar el Evangelio a los pobres, es decir, a aquellos que se disponen a recibir la unción. Unción que hace al hombre libre, unción que otorga una nueva visión de la vida, unción que instaura un nuevo tiempo de gracia del Señor, ya presente y actuante en la historia.

Estamos en el año del Sínodo de la Sinodalidad y de la preparación de la II Asamblea Diocesana sobre el mismo tema. Nos hará bien recordar que ese "caminar juntos" en la preparación de los mencionados encuentros, tiene como finalidad renovar nuestra condición de hombres y mujeres ungidos con el Santo Crisma, para discernir cuáles son los caminos que hoy debemos transitar para anunciar el Evangelio a los pobres con nuestro testimonio, con la palabra y con las obras.

Este tiempo de gracia nos exige una atenta escucha al Espíritu del Señor, que está sobre nuestra comunidad y sobre cada uno de los ungidos que la conformamos. Por eso, la escucha recíproca, hecha de silencio, de atención y de acogida del otro, es un lugar en el que Dios habla hoy.

Además de la consagración del Santo Crisma, haremos a continuación la bendición de los óleos para los catecúmenos y para los enfermos, a fin de que también esos hermanos y hermanas nuestros formen parte viva y activa de la asamblea de los ungidos y enviados. Los sacerdotes, a quienes también se nos han ungido las manos y a los obispos la cabeza, renovaremos nuestras promesas sacerdotales, comprometiendo así nuestra misión específica de caminar junto con el pueblo de Dios, en esta maravillosa peregrinación, animada por el Espíritu del Señor, que tiene como meta final el feliz encuentro en el santuario del cielo, donde reina para siempre el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. (...)

Convertir nuestras heridas en esperanza

"Así como en la Cruz, Jesús muestra sus heridas y transforma los dolores en ‘agujeros de luz’, también cada uno de nosotros está llamado en el misterio de la Pascua a dejarse curar de la tristeza, haciendo que las propias heridas se conviertan en ocasiones para amar a los demás", dijo ayer el papa Francisco en la plaza de San Pedro (Vaticano) para la audiencia general, en vísperas de las celebraciones del Triduo Pascual.

Inspirándose en el relato de la Pasión, que se leyó completo el Domingo de Ramos, el Sumo Pontífice se detuvo en el desánimo de los discípulos ante la muerte de Jesús en la Cruz.

"También en nosotros se acumulan pensamientos oscuros y sentimientos de frustración -comentó-: ¿por qué tanta indiferencia hacia Dios? ¿Por qué tanto mal en el mundo? ¿Por qué siguen creciendo las desigualdades y no llega la ansiada paz?".

Pero la misma Cruz de Jesús enseña que "la esperanza de Dios nace y renace en los agujeros negros de nuestras expectativas defraudadas". Y así la Pascua vuelve a pedirnos que miremos "el árbol de la Cruz, para curarnos de la tristeza que nos enferma, de la amargura con la que contaminamos la Iglesia y el mundo".

El pontífice invitó a pensar en los muchos jóvenes de hoy que no toleran sus heridas y buscan una salida en la droga o, incluso, en el suicidio. "¿Qué haces con tus heridas? - preguntó de nuevo el Papa-. Puedo dejarlas supurar en el resentimiento y la tristeza, o puedo unirlas a las de Jesús, para que también mis heridas se vuelvan luminosas.

"Pueden convertirse en fuentes de esperanza cuando, en lugar de llorar por nosotros mismos, enjugamos las lágrimas de los demás", enfatizó el Papa argentino.

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