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Locales

La mayoría hace alarde de una sabiduría que no posee erigiendo los desatinos en verdades

Por Domingo Salvador Castagna*

Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia

Jesús es el Verbo encarnado.

Este texto es un verdadero alimento para la fe. Jesús se identifica ante sus discípulos como el Verbo encarnado, destinado a ofrecerse a los hombres como la Verdad, fuente y garantía de toda verdad.

Si nuestros políticos, dirigentes sociales y docentes cristianos tuvieran a Cristo, como primer referente, evitarían los errores que muchos de ellos siguen cometiendo, engañando a un pueblo, deseoso de la Verdad.

La mayoría hace alarde de una sabiduría que no posee erigiendo los desatinos en verdades, no confrontadas con los mejores aportes de mujeres y hombres sabios y honestos. Esa mayoría se niega a recibir, de la Iglesia, la Palabra de Dios, instrumentando los más sofisticados recursos para silenciarla.

Pero «las ideas no se matan», menos aún la Palabra de Dios.

San Juan facilita el conocimiento de Jesucristo. La importancia de Cristo para nosotros inspira, en el mismo evangelista teólogo, el núcleo esencial de las enseñanzas de su Maestro.

El mundo necesita a Cristo.

La imagen de la vid y los sarmientos, encamina, a los honestos buscadores de la verdad, a Cristo Dios: la Verdad, fuente inagotable de toda verdad. Previo a este conocimiento debe cultivarse la fe, don sobrenatural que Dios no niega a nadie. Todos son responsables del don acordado, a unos en el Bautismo y a otros en el dictamen de una conciencia recta.

La develación de la cercanía de Dios a todo ser humano, encuentra en Cristo, por los Apóstoles y por la Iglesia, la explícita expresión que conduce a la Verdad. Cristo es consciente de su verdadera misión en el mundo. Sin ser machacones, nos es preciso repetir esta Verdad. El mundo necesita a Cristo, y de nadie puede recibir su conocimiento sino de quienes son sus auténticos testigos.

Concluyamos que, la Iglesia, objeto hoy de incalificables agravios, sucede legítimamente a los Apóstoles. Es lamentable que algunos contemporáneos, nieguen su validez como represalia contra una Institución perfectible sí, a veces regida por hombres frágiles y de conducta incoherente. Muchos hombres y mujeres -incluso bautizados- llegan a ignorar a Cristo por resentimiento contra su Jerarquía, ignorando a sus santos: en sus obras en favor de los más marginados de la sociedad y en la extraordinaria coherencia de sus silenciosas vidas de fe.

Misión del Espíritu Paráclito.

En las enseñanzas de Jesús sobre el amor obediente al Padre, se incluye la necesaria acción del Espíritu Santo.

En el misterio de la Trinidad Santísima el Santo Espíritu es la tercera Persona, tan Dios como el Padre y el Hijo.

Jesús habla del Espíritu Santo señalando su necesaria y conclusiva actuación en la Creación y en la Redención: «Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: El Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce, porque Él permanece con ustedes y estará en ustedes» (Juan 14, 15-17).

Gracias a Cristo, el Padre nos inspira y capacita para obedecerlo.

Existe una languidez en nuestras vidas que anula cualquier falsa autorealización. Si queremos hacer la nuestra, prescindiendo de Dios, acabaremos derrotados. Esta afirmación es rechazada por un mundo autorreferente que no acaba de acertar con sus frágiles proyectos.

Observemos a nuestros dirigentes, con sus enormes grietas y fracasos. Se olvidan de Dios, aún aquellos que se confiesan formalmente cristianos.

Los actuales sucesores de los Apóstoles, deben suscitar la fe.

Los Apóstoles, a partir de la Ascensión, se dedican a suscitar la fe, mediante la proclamación del Misterio de Cristo muerto y resucitado. Nuestro mundo, con sus progresos científicos y tecnológicos, se ha vuelto ateo o agnóstico. Me refiero a las contradicciones culturales, negadoras de Dios y sostenidas por muchos de sus actuales responsables.

Cristo comprueba, con dolor, que, en su segunda venida, se encontrará con una fe mermada, hasta desaparecida: «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿Encontrará fe sobre la tierra?» (Lucas 18, 8). Ya previamente había exhortado, a sus discípulos y al mundo, a creer en Él y a guardar sus mandamientos.

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