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Un correntino recorre el mundo con su sofisticada música litoraleña

Hijo de Ricardo Scófano, uno de los sobrevivientes de la tristemente célebre tragedia de Bella Vista, Richard Scófano es un virtuoso bandoneonista y compositor que, radicado en Chicago, toca junto a orquestas sinfónicas del mundo chamamé orquestal o música litoral de cámara con influencias de Piazzolla.

Iban a viajar a Niza, la ciudad balnearia de Francia, representando a la delegación correntina de artistas. Pero antes hicieron una gira por el interior de Corrientes, y entonces pararon en Bella Vista. Richard estaba por cumplir trece años. Su hermano, Eduardo, tenía diez. Estaban acompañando a su papá, Ricardo Scófano, uno de los bandoneonistas más destacados de la delegación, experta en chamamé.

Eran las cinco de la tarde del 8 de septiembre de 1989 y Ricardo aprovechó que estaba en el pueblo de su madre, Coca, y llevó a los niños a tomar la merienda. Luego se fue con una parte de la delegación a una radio local, a dar una entrevista por un concierto de esa noche. Nadie hubiera imaginado que lo encontrarían horas más tarde nadando en el río Paraná con los pulmones llenos de agua. Cuando salieron de la radio, el colectivo que transportaba a la delegación perdió el control en bajada a pique hacia el río y se internó en sus profundidades, en lo que hasta hoy es la mayor tragedia de la música de Corrientes.

En el accidente murieron los artistas Zitto Segovia, Johnny Behr, Daniel «Yacaré» Aguirre, Miguel Ángel “Michel” Sheridan, Joaquín “Gringo” Sheridan y el «Chango» Paniagua, y los choferes Juan Toledo y Walter Gómez. Lograron sobrevivir, casi de milagro, Carlos Miño, César González, Ricardo Scófano, Ricardo Gómez y Cacho Espíndola. La tragedia se convirtió en poema más tarde, de la mano de Mario Bofill y Julián Zini, un himno de la canción litoraleña: “Flores del alma”. Y hace unos años el documentalista chaqueño Marcel Czombos filmó el conmovedor 8.9.89, entre el misterio y el dolor de una herida que sigue abierta en la memoria colectiva.

No podría Richard Scófano, hoy a sus 46 años, haberse transformado en un músico que toca el bandoneón junto a orquestas sinfónicas del mundo sin repasar, en los pliegues arbitrarios del inconsciente, aquella marca ineluctable del destino. Entre ellos, un disco que con su hermano Eduardo lanzaron como su primer trabajo, el de los pibes Scófano que deslumbraron a los popes del chamamé: Eterno retorno, de 1988, donde el “Chango” Paniagua colaboró en las letras. Un año después, el “Chango” sería tragado por el río Paraná.

“Los correntinos somos muy apegados a nuestras tradiciones, pero para mí fue importante irme, desarraigarme, para encontrar mi propia voz. Y más con el peso de aquella tragedia”, dice Richard en un alto de una gira por Brasil, donde está por grabar varias de sus obras sinfónicas con la orquesta de Río de Janeiro: “Iberá”, dedicada a uno de los humedales más grandes del mundo, y “La tierra sin mal”, poema sinfónico inspirado en un relato guaraní.

Además, Scófano lidera una banda que está tocando tango en festivales internacionales por los cien años de Astor Piazzolla. “Y con un cuarteto que armé con músicos brasileros estamos por sacar un trabajo que combina música de frontera. Podría decir que soy ecléctico, pero mi esencia es la música de Corrientes, los sonidos del chamamé llevados a un ámbito de concierto de cámara”, enfatiza el bandoneonista que es admirado por concertistas y músicos populares como el guitarrista Yamandú Costa, que suele invitarlo a tocar.

De chico mamó el toque del fuelle –el bandoneón es tan central como el acordeón en el chamamé– viendo a su padre, Ricardo –y a la vez escuchó a su abuelo, Pepito, mentor del instrumento–, que llegó a tocar en el fabuloso Cuarteto Santa Ana de Ernesto Montiel. Por su casa en Paso de los Libres solían pasar Isaco Abitbol o Tránsito Cocomarola. Richard acompañaba a su padre y ya de pibe aprendió el instrumento. Se despegó de la incipiente fama de los “Hermanitos Scofano”, estudió piano, ingresó de adolescente a la Orquesta Folklórica de Corrientes y grabó con artistas como Edgar Romero Maciel y Mario Bofill. Vivió un tiempo en Buenos Aires: empezó a irse, a conocer, a investigar otros lugares. Hasta que le llegó la posibilidad de radicarse en Estados Unidos: primero Miami y después Chicago, donde vive actualmente, codiciado por directores de orquesta.

“Chopin, Tchaikovsky y Debussy son tan importantes para mí como Ginastera, Guastavino y Piazzolla. Todo lo que aprendí con mi viejo se fue nutriendo después con mi formación académica. Y esté donde esté en el mundo, Corrientes late en mí, aunque en un momento me di cuenta que no quería quedarme con los aplausos y la zona de confort de los circuitos tradicionales”, define Richard, que en Estados Unidos es conocido como “el mago del bandoneón”, en una posición que semeja a otros grandes hacedores del fuelle que se fueron del país para encontrar su propio camino creativo, como Dino Saluzzi y Raúl Barboza. “Papá siempre me dijo: tenés que encontrar tu sonido. No copiar a nadie. En el trayecto me encontré con infinidad de músicos tremendos, que no son los que salen en la prensa porque tal vez no es la música más convocante. Ellos fueron mis maestros, con los que fui aprendiendo y enseñando, a la par”.

¿Chamamé orquestal? ¿Música litoral de cámara? La música de Richard Scófano es tan sutil en los arreglos como evocativa en su lírica litoraleña. Allí está el disco Estaciones, a dúo junto al pianista uruguayo Alfredo Minetti, que suena magistralmente en la intimidad del frondoso y melancólico universo del Litoral. Scofano se mueve entre cuarteto de cuerdas, sinfónicas, pianistas, guitarristas y compuso más de cien obras, entre chamamés, rasguidos dobles, música de película y hasta tango electrónico. “Mi raíz chamamecera no es cerrada ni conformista. Beethoven y Rudi y Nini Flores entran en mi música de la misma manera”, asegura.

En su inquieto andar, dice que está terminando una obra para un ballet en Colombia y que la New Mexico Philharmonic programó para noviembre en Albuquerque algunas de sus obras, donde también tocará piezas de Alberto Ginastera y el mexicano Silvestre Revueltas. En su mapa trashumante, piensa viajar pronto a Buenos Aires: quiere estrechar lazos con el tango contemporáneo. “Nunca tuve ídolos pero la huella de Astor es fundamental. Él quería hacer música de concierto con músicos de tango y no le importó qué pensaran los demás. Aunque no suene a chamamé para los tradicionalistas, en mis obras busco un decir que no quiera agradar por agradar. Lo que importa es lo que sale del alma, eso singular que va más allá de las modas”.

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