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Quienes hemos celebrado muchos Advientos podremos testimoniar que siempre son nuevos

Por Domingo Salvador Castagna*

Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia

Un nuevo Adviento.

Otro Adviento, que abre un camino y enciende una lámpara. Los acontecimientos son irrepetibles, como la misma historia.

Quienes hemos celebrado muchos Advientos podremos testimoniar que siempre son nuevos. De los pasados debemos dar gracias y llorar nuestros pecados. De esa manera podremos estar listos para el nuevo acontecimiento.

La Iglesia nos ofrece los medios: Palabra (para la conversión), Sacramentos (para una vida penitencial) y la práctica de la oración. A veces descuidamos la ocasión de aprovecharlos, incluso quienes desempeñamos el servicio sagrado de ofrecerlos.

El actual, correspondiente al Año Litúrgico 2023, se presenta como un misterio a develar.

El Evangelio de San Mateo transmite así la enseñanza de Jesús: «Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca…» (Mateo 24, 37-39).

A vino nuevo, odres nuevos.

Con mente vieja no podremos encarar una historia que está reclamando una mente joven: «Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!» (Mateo 9, 17).

El propósito de conservar viejos esquemas cierra la posibilidad de una legítima renovación.

Rígidas hasta farisaicas interpretaciones de los valores tradicionales, y sus formulaciones provenientes de una venerable antigüedad, dan lugar a cierta ambigüedad y confusión entre el legítimo progreso y la inmutabilidad de la Verdad.

Nos hallamos en un mundo que intenta la novedad con espíritu avejentado por el pecado y el error. Revientan los odres y se pierde el vino de la Verdad que buscamos. El vino nuevo es la santidad, y los odres, su manifestación actual. La novedad proviene del Espíritu Santo «que hace nuevas todas las cosas» (Apocalipsis 21, 5).

La necesidad de la santidad, destacada por San Juan Pablo II, respalda a quienes son los nuevos profetas, con capacidad de adherirse a la novedad sin traicionar la Verdad. Lo necesitamos hoy tanto en la Iglesia como en la sociedad.

El mensaje de la Navidad.

Es tradición que el Adviento nos prepare para la Navidad.

La Encarnación del Verbo de Dios, y su nacimiento de María Virgen, constituyen el núcleo del mensaje de esta Fiesta. Pero, ese propósito requiere una preparación, descuidada en la actualidad.

Adviento prepara y predispone para celebrar un memorial de índole religioso. Es la Navidad.

Es lamentable celebrar la Navidad, ignorando a su principal protagonista.

Los rosados filmes hollywoodienses presentan una Navidad sin Dios, romántica, desbordante de pintorescos e irreales papás Noel.

A través de sus sencillos Pesebres, de la mano de San Francisco de Asís, la Iglesia proclama y celebra su fe en la Encarnación del Verbo. Nos corresponde hoy, y el mundo lo necesita.

Es preciso identificar a Cristo, ante una sociedad sumida en la incredulidad. Es un verdadero desafío.

Nuestros hermanos, creyentes y no creyentes reclaman ser orientados en la celebración festiva más popular de la historia.

Es el momento de recordar las palabras proféticas de Simeón: «Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la Madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel, será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.» (Lucas 2, 34-35).

Preceptos humanos vs el mandamiento divino.

Estos son tiempos dolorosos de ocultamientos e injustos ninguneos. Sin embargo, Cristo viene a revelar hoy lo que estaba sigilosamente guardado.

Es urgente poner de manifiesto lo escondido, o lo cerrado a la transparencia de la Verdad.

Jesús se encuentra con un pueblo que disimula su infidelidad a la intervención de los históricos enviados por Dios (los Profetas). Lo intenta con una avalancha de preceptos legales que, con frecuencia, no coinciden con el mandamiento divino: «Y les decía: Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido.» (Marcos 7, 9-13).

La franqueza del Maestro deja al descubierto lo que contraría al mandamiento divino ¿No ocurre lo mismo hoy? Examinémonos con sinceridad.

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