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Monseñor Castagna: La hora de la Verdad

"Es urgente contraponer el Evangelio al intento de vaciar la vida ciudadana de valores espirituales. La sed de verdad, connatural a cada hombre y mujer, buscará el modo de saciarse", aseguró.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, advirtió que “el estado actual de la sociedad muestra un deplorable vacío de valores: ‘lámparas sin provisión de aceite’ - según la parábola - y un futuro sumergido en la necedad, sin rumbo ni esperanza”.

“El clima humano - espiritual y moral - recibe mensajes que lo condicionan inconsciente o intencionalmente, con la complicidad de tristes personeros: opinólogos y poderosos propietarios de medios de comunicación”, sostuvo en su sugerencia para la homilía.

Ante este contexto, el prelado consideró que “como Iglesia tenemos el deber de testimoniar a Jesucristo” y recordó que hay que hacerlo “visualizando su palabra de Maestro en nuestra convivencia familiar y social”.

“Es urgente contraponer el Evangelio al intento de vaciar la vida ciudadana de sus valores espirituales y culturales. La sed de verdad, connatural a cada hombre y mujer, buscará el modo de saciarse”, aseguró.

Monseñor Castagna subrayó en este sentido que “en el transcurso de innumerables frustraciones, los ciudadanos del mundo tendrán la oportunidad de verificar el valor de la Palabra de Dios, obedeciéndola honestamente”.

“La libertad, saneada por la gracia de Cristo, logrará al fin llegar a la Verdad y, de esa manera, cambiar a tiempo su errónea opción, hoy irresponsablemente sostenida y promovida”, aseveró.

“Es el momento de que la Iglesia ofrezca su obligado aporte al mundo. Momento dramático que requiere la actitud de las vírgenes prudentes, dispuestas a encender sus lámparas bien provistas, a la hora de la verdad, o de la llegada del Esposo”, concluyó.

Texto de la sugerencia

1.- La parábola de la fidelidad alerta. La fidelidad es el tema predominante en esta sugestiva parábola. Sin duda no existe la fidelidad sin la vigilia cuidadosa, incluida la esmerada provisión de aceite, como disposición para aguardar la llegada sorpresiva del Divino Esposo. La conclusión simple y llana de esta parábola constituye una grave advertencia que, con reiterada insistencia, aparecerá en el transcurso del ministerio público de Jesús: “Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora”. (Mateo 25, 13) Las vírgenes, que esperan la llegada del Esposo, conforman dos situaciones opuestas: la prudencia y la necedad. Cinco de aquellas jóvenes asumen la responsabilidad de esperar al esposo con las lámparas listas para proyectar su luz. Las otras cinco cubrirán la misma espera en un estado culpable de imprevisión. Las lámparas son las propias vidas, que necesitan ser avivadas en el momento - no preciso - de la llegada del esposo y principal celebrante. Podemos trasladar el aspecto simbólico de la parábola a la realidad que nos circunda hoy. La vida contemporánea, en lugar de proveerse de contenidos aptos para alumbrar, recibe una andanada de engañosos mensajes que la vacían y debilitan, hasta oscurecer sus mejores ideales y realizaciones.

2.- La hora de la Verdad. El estado actual de la sociedad muestra un deplorable vacío de valores: “lámparas sin provisión de aceite” - según la parábola - y un futuro sumergido en la necedad, sin rumbo ni esperanza. El clima humano - espiritual y moral - recibe mensajes que lo condicionan inconsciente o intencionalmente, con la complicidad de tristes personeros: opinólogos y poderosos propietarios de medios de comunicación. Como Iglesia tenemos el deber de testimoniar a Jesucristo. Lo hacemos visualizando su palabra de Maestro en nuestra convivencia familiar y social. Es urgente contraponer el Evangelio al intento de vaciar la vida ciudadana de sus valores espirituales y culturales. La sed de verdad, connatural a cada hombre y mujer, buscará el modo de saciarse. En el transcurso de innumerables frustraciones, los ciudadanos del mundo tendrán la oportunidad de verificar el valor de la Palabra de Dios, obedeciéndola honestamente. La libertad, saneada por la gracia de Cristo, logrará al fin llegar a la Verdad y, de esa manera, cambiar a tiempo su errónea opción, hoy irresponsablemente sostenida y promovida. Es el momento de que la Iglesia ofrezca su obligado aporte al mundo. Momento dramático que requiere la actitud de las vírgenes prudentes, dispuestas a encender sus lámparas bien provistas, a la hora de la verdad, o de la llegada del Esposo.

3.- El aceite falsificado. “La hora de la verdad” es la llegada de Cristo como Verdad, presentado gracias al servicio humilde de una Iglesia identificada con las bienaventuranzas y testimoniada por los santos. Cuando los discípulos, en aquella jornada conclusiva de la Ascensión, son enviados al mundo, se les asegura una asistencia que mantendrá vigente su misión, no obstante las graves persecuciones que sobrevengan, hasta el fin de los tiempos. El aceite, que provee a la luminosidad de las lámparas, no se dispensa en los “mercados” de este mundo, donde toda baratija se vende y compra como si fuera auténtica. Su fuente de alimentación es la gracia de Dios. Se lo guarda en corazones purificados de todo egoísmo y dispuestos a reconocer la Verdad: Jesucristo, que la encarna y dispensa. Las vírgenes insensatas de la parábola representan a quienes corren a comprar un aceite falsificado, que no alcanza para llegar al encuentro con el Señor: el Esposo. La ignorancia de aquellas jóvenes descuidadas es una prueba drástica de todo intento por resolver a destiempo la incómoda situación: “Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor, Señor, ábrenos”, pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”. (Mateo 25, 10-12)

4.- La actualidad del mensaje. Sin ánimo apocalíptico, urge observar la realidad como se manifiesta hoy. Todo maquillaje ideológico es perjudicial. Constituye la tentación que asedia a ciertos espacios políticos y que seduce a los intelectos mediáticamente más destacados. Jesús no deja de poner al descubierto hasta los pensamientos más ocultos, conocidos únicamente por el Padre. Su comportamiento entre los hombres es modelo de transparencia y de fuerte exigencia para quienes lo siguen. Su mansedumbre y su humildad, el amor que inspira la dádiva de su vida en la Cruz, su silencio ante sus calumniadores y su fidelidad inquebrantable a la voluntad del Padre, constituyen la expresión visible de su identidad de Emanuel. De esa manera despliega, para todos, la “forma de vida” evangélica que caracteriza al hombre nuevo, “creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad” (Efesios 4, 24).+

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