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Info General Una joven profesora de literatura

La agonía de una víctima con síntomas de coronavirus contada en primera persona en Twitter

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Crédito: 145763

Liliana Giménez murió en la ciudad cordobesa de La Falda tras un suplicio de diez días, por el abandono del sistema de salud. Ella misma, que enseñaba literatura en una cárcel, lo narró en la red social en tiempo real. Tenía 44 años y dos hijos, y daba clases a mujeres presas.


“‘Murió de unas fiebres misteriosas’. No fui escritora, pero tuve un final ad hoc”, escribía en Twitter “Lilipad” el 31 de marzo. Y remataba el tuit con el emoji de la cara sonriente y torcida con la lengua afuera. Este es sólo uno de los mensajes irónicos y llenos de referencias literarias con que Liliana Giménez (44) fue transmitiendo en vivo su calvario en un sistema de salud que nunca la contuvo.


Liliana nació en Buenos Aires. De chica se mudó con su familia a Puerto Rico, un pueblito de Misiones donde se crió y conoció a su mejor amiga, Elizabeth Auras, la que dio la noticia en Twitter: “Se murió mi amiga del alma @414us_ 44 años. No sé si fue el puto coronavirus​ o el nefasto sistema de salud. Lo que sí sé, es que no es justo. No es justo”.


Liliana había dejado Misiones a los 16 años, huyendo de un infierno de maltrato y abuso familiar. La salida la encontró en Córdoba, donde estudió Literatura, se casó y tuvo dos hijos, un varón y una nena, a los que amaba. “Era una mujer muy comprometida. Y era una campanita. A pesar de todo su dolor, ella nunca perdió fe en la humanidad. Enseñaba en la cárcel por vocación. Amaba a sus alumnos”, cuenta su amiga. Por ejemplo, en el penal femenino de Bouwer, impulsó la revista Rotas Cadenas, un proyecto por el que obtuvo un premio de educación en contextos de encierro que la llevó a exponer en Guadalajara, México.

 

"Esta vida mía ahogada de existencia desconoce las horas como a veces desconozco el frío zumo que corre por mis venas./ Hubiera querido creerme a salvo ¡Buena vida, desgraciados que me hicieron llorar!".


Así dice un poema de Celeste, una de las detenidas que participaron del proyecto de Liliana en el penal EP3 de mujeres, en el Paraje Alto El Durazno, de Córdoba.

 

Liliana se empezó a sentir mal el 27 de marzo. El 29, tuiteó con sarcasmo: “38,3 hasta luego amigos, los quise”. Así siguió un suplicio lento, enmarcado en los protocolos vigentes del Ministerio de Salud por la pandemia del coronavirus. Una y otra vez llamó buscando ayuda, y le respondían que, mientras tuviera sólo fiebre, debía tomar paracetamol y no ir a la guardia de ningún hospital. Que hasta diez días podía esperar, si no tenía otros síntomas, porque no era grave. Por eso, el mismo día pero más tarde, tuiteó: “Actualización: Anoche 39,6 pese al Paracetamol. Dice Apross que aumente la dosis, pero que NO VAYA a los centros de salud. No califico para Covid-19”.

 

En otro tuit más tarde, subió: “Logro del día: subí a la terraza”. Pero horas después volvió a levantar temperatura y ahí escribió su último tuit: “Después de 9 días de agonía por el sistema de salud, finalmente me llevan a internar. Besos a todos”.


Su marido la llevó a la Clínica Privada de La Falda, donde le hicieron una placa de tórax y vieron que sus pulmones de nadadora –era una persona muy sana– estaban casi tomados por completo. A su familia le dijeron que era por una neumonía. Murió horas más tarde, el 7 de abril.

 

"Tenían latidos pero no corazón; sus mentiras quemaban como lava hoy la soledad se me acerca y me susurra algo al oído se repiten cielos azules y campos dorados mi vida parece detenida aunque todo lo demás siga".  Así termina el poema de Celeste, que sirve de pequeño homenaje a una luchadora que sobrevivió al maltrato, construyó como pudo una familia hermosa y se dedicó a ayudar a los demás. Entre el 27 de marzo y el 7 de abril todo parece haber fallado. Su familia está a la espera de tests complementarios (el primero dio negativo por coronavirus). Y el cuerpo ya se mandó a cremar. Clarín 

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