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El puente de la Batería: una historia de terror en el parque Mitre

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

El silencio se transformaba en angustia desesperante entre los habitantes de la ciudad de Corrientes, rumores y mensajes sigilosos con la velocidad del viento sur, que en ese tiempo aparecía sin avisar con nubarrones sobre el sur de la ciudad, con el frío en sus entrañas. Los invasores paraguayos observaban cautelosos el movimiento de la flota brasilera, no podían hacer nada al respecto contra los “encorazados” brasileños y buques argentinos que integraban una formidable flota, con potencia de fuego.

Caía la tarde del 25 de mayo del año 1865 cuando se desató la locura, Paunero, comandante argentino sin ningún tipo de prudencia o arte militar, desembarcó en las barrancas del parque Mitre actual mientras los brasileros bombardeaban el cuartel paraguayo. Roque González, oficial paraguayo, alentó a sus hombres a defender la posición: “-¡Sostengan el fuego y a machete limpio contra los cambá!” La fusilería paraguaya caía como lluvia de fuego sobre los pobres soldados que iban a una muerte segura por la poca cabeza de su jefe.

El río se teñía de rojo de tanta sangre derramada, aun así consiguieron subir y el enfrentamiento se hizo más encarnizado, paraguayos, argentinos, brasileros y otros se mataban a garrotazos, machetazos, lanzazos y otras formas atroces de asesinar.

“El que dispara es hombre muerto” -vociferaban los oficiales paraguayos y retrocedían en el orden posible en esa triste tarde correntina, lentamente y con graves pérdidas humanas se concentraron en el puente de la Batería, que permitía cruzar el arroyo Arazá, hoy Poncho Verde, el fuego era graneado, gritos de dolor, furia y tantos otros sufrimientos se levantaban al viento llevando sus quejas al más allá.

Después de tanta lucha, llegó el silencio, roto por el lamento de los supervivientes heridos, muchos sin posibilidad alguna de sobrevivir mucho tiempo más, los médicos de los atacantes bajaron cuando los paraguayos se retiraron hacia las afueras de la ciudad. Según la categoría social y el rango se elegía la atención médica. Detrás de ellos venían los ayudantes y despenadores, según las heridas del paciente definían su destino. Heridos de vientre y tórax eran apartados, las víctimas sabían que su fin era rápido, confiaban sus almas a su dios o dioses, según sus creencias. Francisco Costa, médico argentino, le indicaba al que llevaba la muerte en su cuchillo, los que debían viajar rápido al más allá, la más de las veces ellos pedían a gritos alivio para su dolor, pedían la muerte antes que tanto sufrimiento.

El morocho Medina con una cuchilla filosa y la piedra de afilar en su morral cumplía su misión, tomaba de la cabeza al paciente, le hacía besar una imagen de una medalla, lo confortaba breves instantes y limpiamente lo degollaba y decía paz. Así recorría el que fuera el campo de batalla, algunos rogaban por su vida pero implacable y sordo a los ruegos Medina cumplía las órdenes del médico. Decía: “-Para qué tá te resistís, para sufrir mayor dolor có, no pué chamigo, acompañá a tus parientes muertos pué”, y le daba el tajo exacto que provocaba un estertor y luego la paz y la quietud.

Las tropas ingresaron a la ciudad y se instalaron en la plaza Mayo, donde encendieron fogatas, ni siquiera enterraron sus muertos. Vivaquearon de lo lindo, saquearon almacenes, casas, con la complicidad de la noche, violaron las mujeres aliadas o no, los brasileros no respetaban marca ni señal, trágica noche correntina que a esas horas era 26 de mayo.

Después de la satisfacción de la soldadesca, sin que sus oficiales hicieran nada, robos, saqueos y violaciones se sucedieron. Luego los argentinos seleccionaron doscientas familias y las llevaron al puerto, embarcándolas en la flota para trasladarlas a zona dominada por las tropas aliadas.

El 26 se marcharon como vinieron, abandonando la ciudad de Corrientes a su suerte o mala suerte, dejando los cadáveres insepultos en el territorio grotesco del cuartel de la batería y el puente que conocemos.

Lentamente y con cautela los paraguayos volvieron a la ciudad. Lo primero que hicieron fue desnudar y saquear los muertos enemigos, que previamente habían sido ya saqueados por los vecinos del lugar, en la zona de los excluidos sociales que habitaban en los bajos del arroyo. Los cadáveres desnudos de los aliados fueron tirados al río Paraná para alimento de los peces. Enterraron bajo el puente y costas del viejo arroyo a los combatientes amigos, entre paraguayos y correntinos de las tropas de Solano López. Una simple cruz de madera o palo indicaba lugares de fosas comunes, allí quedaron más de seiscientos a setecientos hombres, cementerio de importancia para la época.

Es por ello, que el parque Mitre actual sorprende a muchos por su características contradictorias, de día canto de los pájaros, de noche, bueno según las noches, oscuro, tenebroso, amenazante en el cual figuras de fisonomías desconocidas y ropas extrañas pasan al lado de los caminantes, algunas como encogidas de dolor, otras erguidas y majestuosas. En el lugar del puente de la batería, los lugareños afirman que lo que se ve son las almas de los que murieron sin auxilio espiritual, otros, almas de los que fueron degollados, especialmente los paraguayos con los cuales no se hacía distinción alguna entre quienes se podían salvar o no, la muerte era su destino, pero al menos estos tuvieron su tumba común o particular, pero tuvieron su tumba. Los otros aparecidos que custodian el puente de la batería, son los que tirados al río, derramaron toda su sangre en el escalofriante escenario del combate.

La empresa que instaló el tubo del arroyo Poncho Verde, cuando realizó las pocas excavaciones que se necesitaban para el entubamiento del curso de agua, afirma que sacaron muchos restos humanos del lugar y volvieron a colocarlos en el terreno, tampoco nos sorprende que los serenos de la obra, prudentemente, se retiraban del lugar para instalarse bastante lejos por las apariciones de estos espectros, que noches de luna llena emitían como aullidos y gritos de dolor, alguno que otro rezo, oración dulce que se escucha como “-¡Mamá ayúdame!” El Litoral

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