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Camboriu, destino preferido del NEA

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Crédito: 86624

Camboriu, es sin dudas el destino preferido de las provincias que comprenden el nordeste argentino. Las opciones, los costos, la distancia y las variedades actividades fueron las que conquistaron a quienes están de vacaciones.

 

La década del 80, tan rica en mitología y desenfreno, propició uno de los tantos metejones de verano entre los argentinos y Brasil. De un día para el otro, embalados por uno de los misteriosos señuelos de la plata dulce, miles de compatriotas emprendieron la colonización de las playas de Santa Catarina. El balneario Camboriú pasó a orbitar en el sueño húmedo de unos cuantos adelantados que se despertaban en chancletas con un dos ambientes frente al mar y una caipirinha en cada mano. La ilusión duró más de una década hasta que la economía de la región, fogoneada por la reinversión inmobiliaria, desalentó la permanencia por los costos de mantenimiento, impuestos y nuevos ciclos de acumulación. La playa, después de todo, encontró nuevos pretendientes. Sin embargo, la incursión dejó un legado cultural para la posteridad: los puestos de churros, encarnados cada veinte metros en todo el corredor de la Playa Central. Con dulce de leche, incluso y alguna que otra innovación local.

 

Un nuevo paisaje

 

Hoy es otra la ciudad y los mentores de Turismo de BC -o Camboriú a secas, aunque no hay que confundir con el municipio homónimo, un páramo sin costa- bregan por atraer un público más bien familiero, menos aplicado a la bullanga, bajo la premisa de una oferta vasodilatadora para el viajero medio de pareja con hijos: playa + shopping. El destino, mientras tanto, busca trascender el paisaje de rascacielos con vista al mar para ir en busca de otra marca: ocio y playa -incluso de vocación agreste- aptos para todo público.

 

El entorno se readapta a la nueva línea. El semblante ochentoso se difumina, al igual que los viejos estandartes de la arteria principal de la costa. La obra de arte alusiva a la casa del ex presidente João Goulart, el monumento a los pescadores, la estatua de un perro que fue candidato a diputado y obtuvo 3000 votos, el mítico Hotel Marambaia son apenas los fotogramas anacrónicos de una época antaño alumbrada por las estrellas de la tele, el uno a uno y el deme dos.

 

Al balneario Camboriú le sobra infraestructura para albergar al millón de turistas promedio, como mínimo, que recibe por año. Cuenta con restaurantes y lanchonetes para bascular entre una gastronomía con firma al pie y los clásicos de la mesa brasileña, sus delicadezas tropicales y toda la proveeduría del océano.

 

Como Río, Camboriú también tiene su Cristo, de 33 metros de altura, que emite luces desde su brazo izquierdo

 

Como Río, Camboriú también tiene su Cristo, de 33 metros de altura, que emite luces desde su brazo izquierdo. Foto: Embajada de Brasil

 

Para tarjetear a gusto se izaron dos centros comerciales como el Atlántico y el Balneario Shopping. Los bares de copas se multiplican y las discos se aggiornan a los nuevos usos. Hay una peatonal, la Avenida Central, que reviste como el núcleo de la vida social local. El municipio tiene también un anzuelo diferencial en la seguridad que brindan calles y playas, incluso de noche.

 

En los bastidores de su monocultivo de real estate -por algo le dicen la Dubai de Brasil- se abren paso rincones más conchabados con la intimidad, entre la costa y la sombra de la mata atlántica. Además de las concurridas playas del centro, balneario Camboriú, que rivaliza con Florianópolis a la hora de cautivar turistas en los 560 kilómetros de costa del estado, ofrece a sólo unos minutos una secuencia de playas de mar azul y aguas cuidadas con celo de orfebre. La ruta Interpraias, que comunica el municipio con la vecina Itapema, empalma calas y playas de arena blanca a la carta. Sólo se puede circular en buses pequeños o en autos particulares, los grandes micros de excursión están vedados. Por el camino puede perfilarse la silueta de la costa desde miradores naturales al borde de la ruta. Como en todo el litoral brasileño, cada una de las playas perfila su propio ritmo de embestidas, tanto para el surfero como para el viandante contemplativo.

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