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Una medalla más, una menos y el deporte argentino que espera una decisión política

Río 2016 tuvo una particularidad única para la historia del olimpismo nacional. Con el triunfo de Paula Pareto, la Argentina por primera y única vez ganó una medalla dorada en el día inicial de los Juegos. Un detalle tan simple como que la programación del judo en la categoría de menos de 48 kilos se ubique siempre en el día 1 del calendario, le dio a la delegación de nuestro país un enfoque inusualmente optimista desde el arranque.

Pareto, con 35 años, y sin el roce internacional que tuvo en el ciclo anterior por razones inevitables provocadas por la pandemia de coronavirus, regaló otra participación emocionante en Tokio 2020, pero no lo suficientemente competitiva como para aspirar a un podio.

Los Pumas cortaron una racha de malos resultados argentinos en los primeros días de los Juegos que hizo que la opinión pública, especialmente en redes sociales, percibiera reflejos negativos en la participación de la delegación nacional. La tiradora Fernanda Russo hizo un especial llamado por la agresividad con la que se trató a algunos deportistas. La realidad es que apenas se completó un tercio de la competencia y mucho puede pasar. Pero la mayoría de las caídas nacionales fueron bastante lógicas.

Algunas fueron duras, como la del básquet con Eslovenia. O dolorosas, como la del vóleibol contra Brasil. También fue triste ver a Delfina Pignatiello tan lejos de su nivel. Cada caso tiene una explicación específica.

Cuando se dijo “inusualmente optimista” con aquel oro de Pareto, es porque la historia del deporte argentino muestra que nunca nada le resultó muy sencillo. La racha de enlazar cuatro citas olímpicas consecutivas cosechando al menos una medalla de oro que se inició en Atenas 2004 no es nada común. De hecho, cuando el equipo de fútbol dirigido por Marcelo Bielsa se subió al podio en Grecia, cortó 52 años de oscuridad, sin triunfos argentinos en los Juegos Olímpicos.

Eduardo Guerrero y Tranquilo Capozzo, los remeros que ganaron el oro en Helsinki 52 representaron para nuestro deporte lo que el gol del Chango Cárdenas para los hinchas de Racing durante 35 años.

Desde entonces, la cosecha fue muy fructífera: dos de oro y cuatro de bronce en Atenas 04 y Pekín 08; una de oro, una de plata y dos de bronce en Londres 2012, y tres de oro y una de plata en Río 2016.

Si pasamos en limpio, son 8 medallas de oro (y 20 en total), en 12 años, mientras que en los 76 años anteriores (desde el debut en París 1924 y hasta Sidney 2000), se habían sumado 13 de oro (54 totales).

Lo primero que hay que aclarar es que entre la dupla Guerrero-Capozzo y Carlos Tevez (el goleador de aquel equipo de fútbol), hubo varias chances de ganar un título. Pero siempre algo se interpuso.

Hay decenas de historias que se narraron de aquel maleficio que incluyó un desempate por el oro del pesista Humberto Selvetti (plata en Melbourne 56), el segundo lugar de Alberto Demiddi (Munich 72), la derrota de Gabriela Sabatini con la implacable Steffi Graf (Seúl 88) o la caída en el último minuto del fútbol con Nigeria (Atlanta 96).

Esto sirve para entender que el deporte tiene, a veces, detalles fortuitos que pueden otorgar una victoria o una derrota más allá del merecimiento. Pero hecha esa salvedad, es evidente que la tendencia es muy distinta. ¿Qué cambió para que semejante racha histórica se haya revertido tan favorablemente? La inversión estatal en el deporte.

El primer impulso lo dio la preparación de los Juegos Panamericanos de Mar del Plata en 1995. La onda expansiva de esa formación permitió recursos para mezclar a nuestros atletas en el nivel internacional. La competitividad creció. Los procesos de evolución no son inmediatos demandan varios ciclos olímpicos. De todos modos, los oros en Atenas fueron de dos deportes profesionales (fútbol y básquet). No hay que olvidarse que en los Juegos el deporte es fundamentalmente amateur.

En 2004 la función de la Secretaría de Deportes fue enfocarse en los deportistas de alto rendimiento con más posibilidades. La estrategia benefició a algunos pero no permitió desarrollar la base. Porque todavía el presupuesto era muy escaso.

La segunda ola de inversiones, la fundamental, comenzó en 2009, con la creación del Enard. Durante ocho años, nuestros deportistas amateurs tuvieron más posibilidades que nunca antes. Gerardo Werthein fue el gran impulsor de la ley que votó el krichnerismo en 2009. Pero ya no es el 1% de la facturación de la telefonía lo que recibe el Enard. Aquello era muy favorable, porque el aumento de ingresos se equiparaba con la inflación de inmediato.

El Gobierno de Macri le quitó la autonomía al Enard y comenzó a controlar los fondos en 2017, le otorgó una suma fija al deporte y retiene el resto. El número se ajusta año a año por el índice de crecimiento presupuestuario (siempre menor a la inflación y más en etapas de ajustes).

Werthein, en ese momento apoyó la decisión. “Estoy muy satisfecho con lo que se logró. También con el apoyo del presidente Mauricio Macri al deporte de la Argentina. Se comprometió a seguir apoyándonos”.

Pero en octubre de 2020, cuando anunció que era su último ciclo como presidente del Comité Olímpico Argentino, reconoció que aquello perjudicó mucho al deporte nacional. “Un año muy malo fue cuando el gobierno anterior decidió sacarle la autonomía al Enard y su fondeo. Y tuvimos que buscar una solución de emergencia, porque la primera decisión que se había tomado era simplemente dejar el Enard pero quitarle el fondeo. Eso significó que al día de hoy, un Enard que tenía suficientes recursos para sostener una planificación deportiva de mediano y largo plazo se ha quedado prácticamente sin recursos y sin independencia. Es esencial que el Enard recupere su independencia y que volvamos a la ley que se gestó durante el gobierno kirchnerista”, pidió.

Es que el cambio trajo un doble problema. Por un lado, se aumentó la burocracia. El dinero que antes ingresaba directamente al Enard, ahora debe pasar por procesos de aprobación del Gobierno nacional (además de ser una cantidad considerablemente menor). Eso dejó dos entes deportivos (Enard y Secretaría), que funcionan bajo las mismas normas burocráticas.

Con la autonomía del Enard entre 2009 y 2017, se convirtió en el ente de apoyo exclusivo al deporte de alto rendimiento, mientras que la Secretaría se enfocaba en un plano más social. Ahora, ambos cumplen funciones similares, de intermediarios entre los escasos fondos del gobierno y el deporte. Apenas pueden tapar los agujeros entre tanta carencia.

El kirchnerismo, que en su momento cuestionó la decisión de Macri, sin embargo sostiene el modelo que éste impuso. La razón que dan para que nunca se haya tratado la recuperación de la autonomía del Enard es la crisis derivada de la pandemia.

Esta mañana, tras la conquista de los Pumas en Tokio 2020, y a 50 días de las PASO, Matías Lammens se refirió al tema en El Destape Radio. “Veo el reclamo de algún atleta hacia el gobierno, pero está claro que hubo un golpe de gracia al deporte de alto rendimiento cuando en 2017 se le quita el financiamiento al Enard que se daba a través del impuesto a la telefonía celular. Estoy hablando con el presidente de la Cámara de Diputados para recuperar ese financiamiento. Hemos dado un reconocimiento de $ 150 mil pesos a cada uno de los atletas”, agregó.

Nuestros flamantes medallistas de bronce, por ejemplo, cobran becas del Enard. Según los informes publicados por la página oficial del organismo, los que más reciben son Santiago Alvarez, Lautaro Bazán Vélez, Santiago Mare y Gastón Revol: 55.080 pesos por mes. La segunda escala, con Ignacio Mendy, Marcos Moneta, Matías Osadczuck, Rodrigo Isgro, Lucio Cinti, recibe 35.640 pesos. Los ingresos se complementan con los aportes de la UAR.

El sistema de becas se sostiene, con limitaciones, pero lo que se vio más afectado es el presupuesto de viajes para competencias internacionales.

El try de Mendy que valió una medalla

El crecimiento de un deportista demanda años de trabajo, pero las consecuencias de una decisión política original y la posterior demora en recuperar el financiamiento se observó de inmediato. Por ejemplo, cuando ante la imposibilidad del Enard de conseguir recursos, el influencer Santiago Maratea tuvo que realizar una colecta en redes sociales para permitir la participación del equipo de atletismo en el Sudamericano de Guayaquil.

Si a esto le sumamos las limitaciones geográficas de conseguir competencia ante la elite en medio de la pandemia, que dejó a todos los países sudamericanos en una condición desfavorable, la situación se agravó aún más.

Cada deporte tiene su situación específica. El básquet, por ejemplo, tuvo menos entrenamientos porque el mismo grupo decidió recortar los partidos preparatorios: no viajó a jugar amistosos a España para encerrarse en una burbuja en Las Vegas y limitar los riesgos. El rugby, al cancelarse el circuito mundial, sólo pudo participar en competencias regionales reducidas que organizó World Rugby (con EE.UU., Canada y España, entre otros), sin poder medirse con los mejores (los rivales de las islas británicas y del hemisferio sur).

La Argentina no tuvo un comienzo tan esperanzador como en Río 2016 y eso es algo frustrante. Los Pumas dibujaron la primera sonrisa. Igual, es temprano todavía. Pero más allá de una medalla más o una menos, hay un problema de fondo político mucho más que aún debe resolverse.

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