Mujeres de hoy

No soy una madre perfecta, lo hago lo mejor posible

No soy una madre perfecta ni pretendo serlo, porque cada día de mi vida hago lo mejor que puedo. ¿A ti te pasa lo mismo?



La sociedad nos exige que seamos madres y que criemos a nuestros hijos como si no tuviésemos otro trabajo. Pero al mismo tiempo, nos exige que trabajemos y que seamos productivas como si no tuviésemos hijos. Pero para no caer en esta encrucijada, lo único que tengo en cuenta para llevar adelante mi rol es que no soy una madre perfecta, pero lo hago lo mejor posible.

Ser madre no es sencillo y si te dijeron lo contrario, te mintieron con gran descaro. Yo soy una madre común, que aprende de sus errores y que considera que sus hijos son sus grandes maestros. La perfección en mi vida no existe ni existirá jamás, pues sé que me equivoco y que no siempre tomo las decisiones correctas. Pero todo lo que hago, lo hago siempre pensando en el bienestar de mis hijos y de mi núcleo familiar.



Desde que me convertí en madre…

Me convertí en madre antes de tener a mi primer hijo en brazos, justo cuando me enteré de que estaba embarazada. En ese momento, empecé a tomar decisiones por su bien, a cuidar más mi salud y cada aspecto de mi vida para que se desarrolle adecuadamente dentro mío.

Empecé a cuidarme para cuidarlo, colmé mi corazón de amor para ofrecérselo y procuré cubrir hasta el más mínimo detalle para que crezca sano y fuerte.

Mi existencia cobró sentido gracias a su sonrisa, al hecho de verlo crecer y descubrir el mundo y a su regalo más valioso: el amor más puro e incondicional que jamás había conocido.

Ser madre me ha cambiado la vida por completo. He aprendido a disfrutar de cada pequeño detalle, a valorar las noches de sueño completo y a no desesperarme cuando mi pequeño me necesita por la noche. Pero sobre todo, he aprendido a reconocer que no soy perfecta y que no pasa nada si no lo soy.



Honestamente, no quiero ser perfecta

Además de la utopía, la realidad es que no quiero ser perfecta, sino suficiente. Es cierto que hay días en los que pierdo los nervios y que tengo que respirar hondo y contar hasta 1000 para no colapsar, pero no puedo ser injusta con todo lo demás que adoro.

Más de una vez me agobia el hecho de no saber qué hacer de comer y acabar por improvisar una pasta con tomate, o correr para llegar a tiempo a la salida del cole. De hecho, no logro entender cómo lo hacen otras madres o familias, porque a mi me faltan horas cada día.

También me he sentido culpable por muchas cosas, como por perder la paciencia, por delegar tareas porque no puedo con todo, por contestarles mal a mis hijos cuando el estrés o la ansiedad me superan o cuando no les demuestro todo el cariño que de verdad siento por ellos.



La culpabilidad me indica que no soy perfecta

Todas esas cosas banales logran hacerme sentir mal, pero soy consciente de que no hay emociones buenas ni malas. Es necesario sentir, expresar y gestionar todas las emociones. Sentirme mal y con culpa solo hace que las cosas empeoren y en cambio, aceptar esa imperfección y ser consciente de ella es lo que me vuelve única para mis hijos.

Está claro que no quiero naturalizar mis defectos, pero deseo aceptar mi condición humana y perdonarme por los errores que cometo. Pues a fin de cuentas, solo quiero hacer las cosas lo mejor posible cada día de mi vida.

Además de mis fallos, también tengo muchas virtudes y a veces las desestimo un poco. Cada día lucho por mis hijos, porque no les falte nada, por estar todo el tiempo posible con ellos, por tenerles más paciencia. Y no hay día que no les colme de besos y abrazos, por mucha ansiedad o estrés que sienta.



Mis errores son mi fuente de aprendizaje

Mis errores me sirven para aprender y si me equivoco, me disculpo y vuelvo a intentarlo. Deseo que mis hijos vean que no soy una madre perfecta ni alguien que intenta serlo, sin que esto represente una debilidad o un defecto. Equivocarse es humano y es parte de hacerse responsable de las propias acciones, tanto en la niñez como en la adultez.

He aprendido a perdonar, a perdonarme y pedirle perdón a mi familia. He entendido que la culpa nunca ayuda y que ¡es destructiva! Cada día intento gestionar mis emociones de la mejor manera, sin buscar ser perfecta. Mi misión es que mis hijos crezcan como personas independientes, felices, con buena autoestima e inteligencia emocional y sin sufrir esa presión tan horrible de la perfección.

Vivamos la vida, disfrutemos de la familia y de la maternidad así tal cual la tenemos. Pues así nos sale, imperfecta pero auténtica.

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