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Mons. Castagna: Como Zaqueo, prepararse para el encuentro con Jesús

En su sugerencia para la homilía dominical, el arzobispo emérito de Corrientes dice que es necesaria una "aclimatación espiritual" que facilite ese encuentro.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, reflexionó sobre la parábola en que Zaqueo se prepara para el encuentro con Jesús.

“La vida de Zaqueo, ciertamente, fue un despertar al deseo de la verdad. Incluye el cultivo de virtudes ciudadanas que plasmaron su espíritu. Hoy también, para un encuentro con Cristo -la Verdad necesitada- se debe producir una especie de aclimatación espiritual que facilite el encuentro”, aseguró.

En su sugerencia para la homilía, el prelado recordó que para hacerlo “es preciso sanear el ambiente social: la educación, la cultura y el arte”.

“Una rudimentaria observación de nuestra realidad nos ofrece un panorama de aspectos muy negativos. Es preciso que los responsables principales cobren conciencia del impostergable desafío de decidir un saneamiento oportuno”, sostuvo.

Monseñor Castagna puntualizó que “los más vulnerables -niños y jóvenes- que serán los protagonistas de un futuro inmediato, deben, como Zaqueo, prepararse para un encuentro con Cristo, su Salvación”.

“La Iglesia, responsable de la evangelización del mundo, debe hacerse cargo de esa ambientación saneada, con todos los excelentes medios que la ciencia y la técnica ponen a su disposición”, afirmó.

“La presencia inteligente de los mejores: creyentes y no creyentes, necesitan utilizar esos medios para contribuir a la recta formación del pensamiento y del comportamiento moral o ético de los ciudadanos”, aseveró.

Texto de la sugerencia

1. Reavivar la gracia de la elección. Se ha hecho proverbial el encuentro de Cristo con Zaqueo. Como ocurrió con el Apóstol y evangelista San Mateo, Jesús elige. En esa elección hay un proyecto de santidad que trasciende y resuelve la fragilidad humana. San Pablo dijo: “Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables”. (Romanos 11, 29) Dios no se desdice aunque los elegidos traicionen a Quien los ha llamado. Es preciso reavivar la gracia de la elección: “Por eso te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos”. (2 Timoteo 1, 6) Este pensamiento ha salvado a más de una vocación al sacerdocio, a la vida bautismal y a sus diversas formas. Lo importante es “reavivar el don”. Se logra mediante la confianza humilde y el intenso deseo de ser fiel. Zaqueo es un modelo innegable. Será un testigo de la eficacia de la gracia: “Y Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. (Lucas 19, 9-10)

2. Cristo no vino a juzgar sino a salvar. La intención de Dios no es destruir al hombre pecador sino salvarlo. Jesús es el ejecutor de esa intención misericordiosa. Lo dice una y otra vez: “Al que escucha mis palabras y no las cumple yo no lo juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo sino a salvarlo”. (Juan 12, 47) Toda su vida, particularmente su muerte en Cruz, cumple esa misión salvadora. El mundo debe cobrar conciencia, ilustrado por la palabra apostólica, de que la Iglesia no puede renunciar a su deber de anunciar la presencia redentora de Cristo. En Él está la salvación, de la que las aflicciones e incógnitas existenciales de cada persona reclaman una respuesta. Quienes creemos cargamos con la responsabilidad de testimoniar al Salvador. Nuestros conciudadanos, aunque no lo apetezcan, necesitan ese testimonio. Esa humilde y subalterna misión, se inicia mediante una preparación previa llamada pre evangelización. Se trata de una relación cordial, incluso con los más inaccesibles de nuestros conflictivos ambientes sociales. ¿Lo entenderán quienes están situados en ambos lados de una escandalosa grieta, que ellos mismos están provocando en nuestra sociedad?

3. Zaqueo se preparó para el encuentro. Zaqueo se preparó para el encuentro con Jesús. Su vida, ciertamente, fue un despertar al deseo de la verdad. Incluye el cultivo de virtudes ciudadanas que plasmaron su espíritu. Hoy también, para un encuentro con Cristo -la Verdad necesitada- se debe producir una especie de aclimatación espiritual que facilite el encuentro. Para ello, es preciso sanear el ambiente social: la educación, la cultura y el arte. Una rudimentaria observación de nuestra realidad nos ofrece un panorama de aspectos muy negativos. Es preciso que los responsables principales cobren conciencia del impostergable desafío de decidir un saneamiento oportuno. Los más vulnerables -niños y jóvenes- que serán los protagonistas de un futuro inmediato, deben, como Zaqueo, prepararse para un encuentro con Cristo, su Salvación. La Iglesia, responsable de la evangelización del mundo, debe hacerse cargo de esa ambientación saneada, con todos los excelentes medios que la ciencia y la técnica ponen a su disposición. La presencia inteligente de los mejores: creyentes y no creyentes, necesitan utilizar esos medios para contribuir a la recta formación del pensamiento y del comportamiento moral o ético de los ciudadanos.

4. El mundo actual: una tierra contaminada. Es la tierra bien preparada para una siembra que dará su fruto. No olvidemos la clara enseñanza de Jesús: “Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan futo gracias a su constancia”. (Lucas 8, 15) Es preciso empeñarse en preparar la tierra, eliminando de ella toda impureza, y convirtiéndola en “tierra fértil”. Es cuando los mejores pueden ofrecer sus diversos aportes para sanear el ambiente de impurezas, alojadas en las mentes, las conciencias y la convivencia social y familiar. No es la cuestión imponer compulsivamente un pensamiento y un comportamiento ético, sino educar la libertad en la elección responsable de la verdad y del bien. Ardua tarea, alejada de todo permisivismo fácil y de sus deformantes resultados. El Evangelio, palabra de la Palabra, ofrece un camino seguro hacia la Verdad: el mismo Jesucristo.+

HOMILÍA MONSEÑOR CASTAGNA

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