Sociedad

La historia de Ana Luisa Ortiz, la joven que abrió el camino de las mujeres en los buques militares y mercantes de Argentina

En 1972 la presencia de una mujer como tripulante de un navío era considerada “de mal augurio”. Pese a ello, su solicitud de ingreso a la Escuela Nacional de Náutica Manuel Belgrano –destinada a terminar en un cesto de papeles– tuvo otra fortuna y cambió la historia de la marina para siempre.

El 3 de enero de 1972 la Armada Argentina quedó en manos del Almirante Carlos Guido Natal Coda. Las aguas por las que habría de navegar no eran tranquilas. Su camarada en la junta militar Alejandro Agustín Lanusse iniciaba los aprestos para devolver el poder político a los civiles y una vez más el nombre Juan Domingo Perón era motivo de disputas internas en las FFAA.

Por ello cuando en abril de 1972 recibió copia de la nota que el 21 de noviembre de 1971 remitiera la joven Ana Luisa Ortiz al por entonces Secretario de Marina Mercante Contraalmirante Francisco Aleman solicitando ser admitida como cadete en la Escuela Nacional de Náutica, solo atinó a decir: “Lo que nos faltaba”.

La carta que cambió la historia

“El motivo de la presente es hacer llegar a Ud. La historia de una vocación, que, como toda ella, es profunda y determinada Mi país (su patria y la mía) se niega aceptar mis servicios”, escribió Ana Luisa en el primer párrafo de la emotiva carta que originaria un expediente naval sin precedentes.

Y continúa: “En el mundo de hoy, donde la juventud tiene inquietudes, ganas de cumplir y de ayudar a engrandecer y propender a la libertad de esta tierra argentina, se niega, se me niega el derecho a cumplir con mis más ferviente deseo que es el de realizar una tarea que me siento capaz de llevar a cabo”.

En los párrafos siguientes, Ana Luisa explica a la máxima autoridad de la Marina Mercante (por aquellos días totalmente en manos de la Armada Argentina) que, habiendo presentado su solicitud de ingreso como aspirante a oficial de cubierta, la Escuela Nacional de Náutica –única formadora de oficiales de ultramar– le niega su pedido con argumentos pueriles y de poco sustento jurídico.

En el final de la inédita misiva, la joven le indica a todo el almirantazgo de la época las razones de su vocación y termina expresando: “Tal vez esto último avale a Ud. la autenticidad de mi pedido y lleve a concretar su opinión en una respuesta positiva, y en el caso de que así no fuere, una determinación y enunciación de motivos suficientemente válidos y reglamentarios, que explique a mi ser el incumplimiento del destino por mí elegido. Sin otro particular, saludo a Ud. A la espera de obtener eco suficiente que todo ciudadano espera de sus autoridades. SSS (Su Segura Servidora) Ana L Ortiz”.

La vocación

Serafín Ortiz era un trabajador terrestre de YPF. Por aquellos años la petrolera estatal poseía una de las flotas mercantes más importantes de la región. Dentro de los beneficios que la empresa otorgaba a su personal estaba la esporádica posibilidad de realizar viajes como pasajeros en alguno de los petroleros de gran porte que cubrían trayectos nacionales e internacionales.

Invariablemente, cada vez que podía embarcarse, Serafín lo hacía de la mano de su hija Ana Luisa. Niña primero, adolescente más tarde y joven veinteañera finalmente, transitó las cubiertas de los petroleros “Islas Orcadas”, “Islas Malvinas”, “Comodoro Rivadavia”, “La Plata” e “Islas Georgias”, acumulando horas de “guardia” que incluyeron maniobras con el timón, lectura de cartas náuticas, crepúsculos, ocasos y la inmensidad del océano ante sus ojos.

No era un capricho ni un antojo. El mar corría por sus venas, atesoraba más millas navegadas que muchos de los burócratas que le negaban lo que ella consideraba con razón su derecho.

Ana Luisa Ortíz.

Negativa Testicular

La carta fue tan imprevista como lo fueron sus consecuencias. Es sabido que en toda dependencia pública para argumentar una negativa con fundamento es necesario un dictamen jurídico previo.

A nivel interno, la Armada comenzó una serie de consultas que invariablemente desnudaban una realidad: en ningún reglamento estaba escrito que ser mujer impedía ser marino. “Todo lo que no está expresamente prohibido, está permitido”, sostienen los expertos en derecho.

No, no es posible su ingreso pues no tenemos baños para mujeres en la escuela”. “La tarea a bordo necesita de un esfuerzo y una destreza física que solo el hombre puede tener”. Afirmaban los consultados.

Esas fueron algunas de las respuestas que distintos organismos navales iban brindado y que se sumaron al expediente originado por Ana Luisa. No obstante, hubo una que hoy resultaría tan repudiable como descabellada. “El reconocimiento médico que se le hace a los cadetes habla expresamente de –entre otras– afecciones en los testículos como por ejemplo la ausencia de uno de ellos como causa de ineptitud, no hay reglamento de apto físico para mujeres por ello queda claro que no pueden ingresar”, asesoró en aquella oportunidad el por entonces director de la Escuela de Náutica Capitán de Navío Bagnatti.

El mencionado oficial fue más allá con su razonamiento al sostener enfáticamente que “en ningún artículo del Reglamento de esta escuela se especifica explícitamente que el Cadete de Náutica debe ser exclusivamente del sexo masculino”. Sin embargo, el artículo 10º establece entre otros requisitos que “será indispensable ser argentino”. Esta Dirección interpreta ante tal expresión, que el ingreso está limitado al sexo masculino ya que de no ser así debió haberse utilizado cualquiera de las siguientes formas: “Será indispensable ser de nacionalidad argentino o argentina” o “será indispensable ser argentino o argentina”.

Bagnatti se “despacha” luego con un mayor despliegue médico citando otras dolencias masculinas que son causa de ineptitud. Ectopia testicular, varicocele, orquitis y atrofia testicular, entre otras. Y cierra su argumentación con un párrafo contundente:

“Además considero personalmente que la profesión de Oficial de la Marina Mercante Argentina debe ser ejercida por varones, por lo menos en un futuro inmediato, dadas las muy especiales condiciones en que deben desarrollar sus tareas, así como también por las costumbres propias del hombre argentino”.

Sumando fojas al expediente

Al margen de opiniones y cuestiones reglamentarias, nadie en la Armada se sentía en condiciones de responder al pedido de Ana Luisa. Resulta curioso que a pesar de tratarse de una marina en dictadura que simplemente podría haber denegado el pedido o ni tan solo contestarlo, algo en aquella nota socavó la rígida mentalidad castrense del momento en busca de una respuesta “razonable”, aunque fuera negativa.

La mirada civil de la cuestión

En relación con la preocupación naval por dar la respuesta adecuada, el Contraalmirante Alemán por expresa indicación del Comandante General de la Armada -Almirante Coda- inicia una ronda de consultas entre la comunidad marítima. Empresas navieras, gremios, centros profesionales y expertos en derecho marítimo fueron de la partida.

Las respuestas que el funcionario fue acopiando fueron variopintas. Algunas de avanzada, otras timoratas y algunas no eran menos desopilantes – leídas en el siglo XXI- que las emitidas por el personal militar consultado.

Así mientras que gremios como el Centro de Comisarios Navales al igual que el Centro de Capitanes de Ultramar apoyaron decididamente, la empresa estatal “Transportes Navales” y la privada “Gota As Larsen”, aprobaron, pero en funciones limitadas a la tarea de comisario naval y radiotelegrafista.

No fue el caso de la entidad gremial más antigua de la Marina Mercante Argentina. El Centro de Jefes y Oficiales Maquinistas Navales expresó su más absoluta negativa esgrimiendo una multiplicidad de razones entre las que se destacan:

“Los motivos expresados por la postulante no resultan convincentes, seguramente el haber navegado como pasajera rodeada de atenciones especiales y sin competencia con otras mujeres le han hecho tener una idealización totalmente fuera de la realidad acerca de una profesión penosa y de alto riesgo”.

La misiva de respuesta firmada por el Maquinista Naval Superior Arturo Giovenco, presidente de la entidad, resume en 5 puntos la negativa. “La mujer no reúne las condiciones físicas mínimas para la profesión. Su presencia a bordo obligará a los armadores a incurrir en gastos para generar las condiciones de habitabilidad, no contribuirá a solucionar los problemas de falta de personal, no servirá para humanizar la actividad, las exigencias propias del tipo y calidad de nuestros buques hace imposible que una mujer pueda acceder a puestos de conducción a bordo”.

Entre párrafo y párrafo Giovenco se pregunta qué hacer frente a la menstruación la que invariablemente ocurrirá varias veces a lo largo de un viaje de ultramar.

El Capitán Lizazzo y el Almirante “Cero”

Como muestra de la preocupación naval para darle una respuesta a la joven Ana Luisa, la Armada designó a un oficial superior de apellido Lizazzo como su interlocutor. Si algo tenía Ana además de vocación era perseverancia. Decenas de visitas al Edificio Libertad (sede de la Armada), centenares de llamados telefónicos y gestiones de terceros fueron haciendo que Lizazzo se involucrara con su deseo de manera personal.

El expediente avanzaba, la historia política del país también. Lanusse le entregó la banda presidencial a Héctor J Cámpora, este a los pocos meses renuncia en favor de Raúl Lastiri, hay nuevas elecciones, asume Juan Domingo Perón. En 1974 ante la muerte del caudillo asume la presidencia su esposa y vicepresidente María Stella Martínez. La primera mujer presidente del país conservará en su gestión al jefe de la Armada que había designado su difunto esposo el Almirante Emilio Eduardo Massera.

Sea por convicción personal o por el hecho de agradar a su comandante en jefe mujer, Massera –al tanto del tema– ordenó la inmediata apertura de la Escuela de Náutica a las mujeres que estuvieran en condiciones de hacerlo. A pesar del obsceno poder que llegó a detentar, sufrió una dura resistencia de sus subordinados incluido el propio director del establecimiento educativo. El Almirante Cero en medio de un ataque de furia arremetió con su auto oficial contra el puesto de acceso a la Escuela de Náutica para increpar cara a cara al director y exigirle cumplir la orden.

A mediados de 1977, Ana Luisa recibió un llamado. Reconoció instantáneamente la voz del otro lado de la línea. El Capitán Lizazzo expresó: “¡Buenas noticias. Se abre la inscripción para la mujer en la Escuela; podrás ingresar el próximo año!”.

Para ella era tarde. 25 años, un matrimonio y un hijo la ponían en las mismas causales de ineptitud para el ingreso que a los varones. Ana Luisa había perdido la batalla, pero sin darse cuenta había ganado la guerra.

En primera persona

El primer día hábil de febrero de 1978, casi quinientos jóvenes argentinos formalizaron su ingreso como cadetes de la Marina Mercante, entre ellos una veintena de mujeres y este cronista.

El jefe de la Armada había impuesto su criterio, pero la mayoría de los marinos –civiles y militares– que conducían la bicentenaria escuela no compartían el mismo. Nadie obviamente se atrevió a contradecir en la cara al todopoderoso Almirante “Cero”.

Aquellas mujeres –muchas aún adolescentes– fueron sometidas sino a maltratos al menos a destrato. Sus cabezas fueron rapadas, se les prohibió hablar con sus compañeros varones, se les brindaban arengas sobre lo que se sufría en una tormenta, en un mar embravecido y en un naufragio. Pero nada las detuvo.

A la par de quien escribe esta crónica, fueron superando cada obstáculo, cada desafío, cada jalón profesional. Se graduaron, ascendieron alcanzando en el presente las máximas jerarquías de la profesión son capitanes de buques y algunas CEOs de empresas navieras. Seis de ellas ostentan con orgullo la condición de Veteranas de la Guerra de Malvinas.

Es justo destacar que aquel Centro de Maquinistas Navales que las defenestró, hoy les otorga becas a jóvenes cadetes de todo el país y las cuenta con orgullo en su padrón de afiliadas a la entidad.

La historia de Ana Luisa Ortiz fue rescatada del olvido gracias al trabajo de investigación llevado adelante por el historiador naval y oficial de la Marina Mercante Horacio Vázquez Rivarola quien, al toparse con el ahora famoso expediente, inició una titánica tarea para dar con su paradero. No fue fácil ya que desde hace casi 40 años reside en los Estados Unidos. Esta y otras historias de mujeres marinas dan forma a su obra “Mujeres en la Marina Mercante Argentina”.

Al momento de terminar esta crónica, Ana Luisa se encuentra en la sala de preembarque del aeropuerto de Miami a punto de iniciar un vuelo que la traerá brevemente de regreso en lo que constituye el cierra de una larga historia.

Este miércoles 14 de junio a las 14 horas, volverá a pisar la Escuela Nacional de Náutica “Manuel Belgrano”. Allí la aguarda una formación en su honor realizada por las actuales cadetes femeninas de la institución, un auditorio colmado de referentes del sector ávidos por escuchar su relato en una clase magistral y – no menos importante– el expediente que nació con la carta y que finalizaba con la coloquial frase “su segura servidora”.



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