El conflicto armado al este de la República Democrática del Congo (RDC), donde su Ejército se enfrenta a la guerrilla del M-23 apoyada por Ruanda, ha multiplicado el número de niños que viven en la calle. Muchos de ellos empezaron su itinerario en campamentos de refugiados y, finalmente, han acabado en grandes ciudades como la capital, Kinshasa, con cerca de 20 millones de habitantes. El país tiene unos 100 millones y ocupa cuatro veces el tamaño de España.Con una estimación posiblemente a la baja, se calcula que más de 30.000 niños viven en las calles de Kinshasa y decenas de miles más en otras zonas urbanas. Según la ONG InteRed, casi el 70% tienen entre 12 y 18 años. Del 26 al 48% son niñas. Las razones que les han llevado a la calle son variadas y van desde el maltrato (65%) a la influencia de amigos (45%), la pobreza (44%) y la acusación de brujería (41%).Otro dato crucial es la tasa de desempleo juvenil, que el año pasado fue del 42% en el Congo según el Banco Mundial. El 50,83% de la población tiene entre 15 y 64 años. La esperanza de vida en el país es relativamente baja, en torno a 59 años. El acceso a la educación, especialmente para las niñas, es todo un desafío.Noticia Relacionada estandar Si EE.UU. busca arrebatar a China las ricas minas del Congo Gabriel González-Andrío | KINSHASAEn Kinshasa se encuentra el orfanato Mama Koko, el mayor del país con más de 400 niños, muchos de ellos con discapacidades severas que han quedado estigmatizados y finalmente abandonados por sus familias . En uno de los pabellones hay muchos niños de entre uno y dos años e incluso bebés enfermos en antiguas cunas de hierro. A pesar de la dureza de la situación, todos ellos lucen una sonrisa sincera, te abrazan y agarran tus manos. Se nota que están necesitados de afecto.Al frente de este enorme orfanato se halla el padre Hugo Ríos , que lo fundó en los años 80 junto a la doctora Perna. A pesar de la histórica trayectoria del centro, «ahora mismo no tenemos asegurada la viabilidad», comenta con gran tristeza el religioso chileno. Entre personal contratado y voluntarios, el centro es atendido por unas cien personas.\'Consulta\' con el brujoJean Paul y Daniela (nombres ficticios para preservar su anonimato) sufrieron maltrato, llegando a recibir descargas eléctricas, y fueron expulsados de su hogar cuando eran pequeños. Tampoco se libraron de pasar \'consulta\' con el brujo de la zona. Poco después fueron acogidos en una parroquia en Kinshasa y, finalmente, acabaron en Mama Koko. Gracias a la ayuda de donantes, ambos han logrado rehacer sus vidas. Ahora, el hermano trabaja como técnico de laboratorio en un hospital y la hermana estudia primer curso en una escuela de enfermería.Chadrack tiene 16 años y lleva ocho viviendo en las calles de la capital . «Mis hermanos están al cuidado de mis abuelos. Yo acabé en la calle tras el divorcio de mis padres. Desde que se separaron, no he vuelto a ver a mi madre y ni siquiera sé si sigue viva. En cuanto a mi padre, se emborracha con frecuencia y ya no sabe cómo cuidarnos».Este joven comenta que «mis padres se divorciaron unos años después de que yo naciera. Mi madre se dedicaba al comercio fluvial y nos quedamos con él. Como he comentado, bebe mucho y ya no podía ocuparse de nosotros. Por eso decidí irme a vivir a la calle, donde solo veo mendicidad. Algunos de mis amigos se van a otras zonas, pero yo no sé qué hacer». «Al principio no fue fácil. Pero ya han pasado más de siete años. Nada me afecta, me he acostumbrado al ritmo», se resigna a su suerte.Vida en el desamparo Más de 30.000 niños viven en las calles de la capital del Congo. El padre Hugo cuida a más de 400 en su orfanato Gonzalo González-AndríoChadrack sobrevive hoy gracias a «la gente buena que me da dinero y otros que me regalan ropa». Reconoce que «preferiría estar en un orfanato..., pero lo que realmente me molesta es el proceso de integración. Tengo la impresión de que los propietarios eligen a las personas en función de criterios preestablecidos ».Jesse, de 14 años de edad, explica: «Mis padres me abandonaron cuando tenía tres años en las calles de Kinshasa, donde nací. Desde entonces, he conseguido sobrevivir. Ni siquiera sé mi apellido, pero mis amigos me llaman Jesse. Creo que, si mis padres hubieran sido responsables, hoy no estaría en la calle. Vivo en la comuna de Limete, al sureste de la capital». «Nací de padres sin hogar. Nunca conocí a mi madre ni a mi padre. Me abandonaron en las calles de Kinshasa. Y desde entonces vivo gracias a la ayuda de gente de buena voluntad», cuenta. «Por ejemplo, cuando barro la pasarela, la gente que la utiliza me da dinero. Así salgo adelante», añade.Jesse no se plantea la posibilidad de entrar en un orfanato. «Quiero estar en una familia de acogida. Si alguien me ofrece vivir con ellos, no lo dudaré, porque también quiero ir a la escuela para asegurar mi futuro», explica. Lleva toda su vida deambulando por la ciudad y asegura que «nunca tuve miedo de vivir en la calle… Pero creo que ahora tengo que tomarme la vida en serio».Testimonios desgarradoresPrince tiene 13 años y vive en las calles desde 2017. «Mis padres podrían haberse ocupado de nosotros, pero por desgracia decidieron abandonarnos. No es una vida fácil. Todo es difícil en la calle. Dormimos a la intemperie, sin cobijo. Cuando caes enfermo, no hay nadie que te ayude. A esa edad luchas solo. Es duro. Pero no podemos hacer nada. Dios es nuestro único apoyo», explica. Y cuenta su historia. «Mis papás se habían divorciado y mi padre se fue a vivir a Brazzaville, mientras que mi mamá se quedó en Kinkole (un barrio cerca del aeropuerto), en la parte oriental de Kinshasa. Mis hermanos y yo nos fuimos a vivir con nuestra abuela. Tiempo después tuve problemas con uno de mis tíos y me echó de casa. Así acabé en la calle. Aquí la vida no es nada fácil. A veces paso tres días sin comer. Es duro. Pido ayuda a las autoridades para salir de esta vida tan difícil».Una familia refugiada tras huir del Congo hacia Burundi AfpPrince agradece que «algunas ONG nos dan comida y ropa, pero eso ocurre dos o tres veces al mes. También hay gente generosa que nos deja dinero cuando pasa por aquí». Tampoco se decanta por pedir cama y comida en un orfanato. «La verdad es que no me interesa vivir en un orfanato. Pero, si encuentro un sitio donde vivir y un poco de dinero, puedo montar un pequeño negocio», apunta. Reconoce que «al principio tenía mucho miedo a la calle porque tendría que empezar una nueva vida y hacer nuevos amigos. Así que había muchos retos. Pero ahora estoy bien. Ya no tengo miedo».La congoleña Nicole Ndongala, directora general de la asociación Karibu y defensora de los derechos humanos, comenta que «la desgarradora realidad de miles de niños que viven en las calles de la RDC refleja la profunda crisis humanitaria que atraviesa el país. Estos pequeños, en su mayoría huérfanos o provenientes de hogares desestructurados, se ven obligados a sobrevivir en un entorno hostil donde la violencia, el sexo transaccional, el abuso y la explotación forman parte de su cotidianidad». «Cada día, estos niños y niñas luchan por encontrar comida, calor humano, refugio y, lo más importante, un sentido de pertenencia. En las calles, se enfrentan a peligros inimaginables: desde la violencia de pandillas hasta la explotación sexual. Sin un lugar seguro donde refugiarse, su infancia se convierte en una constante batalla por la supervivencia, donde las risas y los juegos son reemplazados por el miedo y la desesperanza. La falta de atención médica, educación y apoyo emocional agrava aún más su situación», agrega.En 2018, Ndongala fundó una asociación llamada Libanga Ya Talo (LYT), que significa Piedra Preciosa en español. «Porque, para mí, estas niñas y adolescentes tienen un valor incalculable para la sociedad. Desde LYT acompañamos a las niñas en su proceso de reintegración familiar; en ocasiones logramos reunificarlas. Trabajamos con ellas en un espacio seguro durante el día, donde pueden compartir sus historias y recibir apoyo. Les ayudamos a acceder a la educación, les brindamos atención médica cuando están enfermas y les ofrecemos un entorno donde puedan reconstruir sus vidas, recuperar su dignidad y sanar las heridas que arrastran, permitiéndoles soñar con un futuro mejor», explica.En la actualidad, muchos de esos niños se convierten en lo que llaman \'kuluna\' en la RDC. Es decir, son niños que acaban en pandillas: violan, matan, amenazan y roban porque es lo que han aprendido en las calles, los puentes, túneles y los mercados donde pasan la mayoría del tiempo.Expulsión del hogarA todo esto hay que sumar la proliferación de sectas y la creencia de la población en la brujería, lo que lleva a algunas familias a considerar que determinados problemas son originados por alguno de sus hijos, provocando así su expulsión del hogar.Plotin Yambenga, periodista y analista congoleño, explica que «hay varias razones por las que los niños en edad escolar son reacios a ir al colegio y viven en la calle. Y estas razones se dividen en dos categorías. La primera es la pobreza de los padres, que hace que no puedan asumir sus responsabilidades como deberían. Vemos a jóvenes que tienen hijos sin un trabajo estable. Cuando los niños se sienten abandonados, se van a vivir a la calle». Por su parte, «la segunda categoría está relacionada con la diversidad de iglesias y la proliferación de sectas . Esto da lugar a falsos profetas que juegan con la gente y anuncian que \'tus hijos son hechiceros\'. Si no les dejas salirse con la suya, te matarán». Aunque Yambenga asegura que «este tipo de prácticas están prohibidas por la ley», se lamenta de que «por parte del Estado existe una ligereza sin precedentes».