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Opinión del Lector

La batalla del 24

Luis Bruschtein

Por Luis Bruschtein

Tenía que ser monumental, el más que todos, el que dejara huella memorable. Y al principio uno miraba con miedo los espacios libres que había en la plaza, en las veredas y suponía que se hundía la tierra en este delirio de seres mínimos que es el gobierno de Milei. Y como si fuera de milagro, un acto de magia de verdad, los espacios se llenaron, la multitud se multiplicó, el muchos se hizo más y más y más. Hasta llegar al cielo, como dicen los chiquitos, que también había muchos que habían llegado con sus padres. Y muchos estudiantes secundarios con más pila que el conejito de la propaganda. Esos pibes irradian energía nuclear.

Energía que nucleaba, que agrupaba y convocaba, fue el aura de la enorme movilización que los medios hegemónicos tratarán de ignorar, mostrando esos huecos previos, cuando solamente estaban los madrugadores, los más ansiosos por estar, familias, grupos de amigos, miles de personas que llegaron sin encuadramiento, más que la convocatoria de los organismos de derechos humanos. Miles y miles que hablaban sobre el desastre del gobierno de Milei, los despidos y los salarios carcomidos por una inflación impiadosa.

Y después, cuando parecía que la plaza reventaba, llegaron las organizaciones sociales, los estudiantes, las organizaciones políticas y las gremiales. Un gran cartel de la CGT, las dos CTA, había radicales y peronistas, socialistas y comunistas. Y a esa altura de la cosa la plaza y las dos avenidas laterales más la recova y la veredas se habían llenado a tope y la multitud apretada se extendía por Avenida de Mayo, hasta pasar la 9 de Julio, las dos diagonales e Hipólito Yrigoyen. No fue magia, como dijo alguien. El gobierno los convocó. Los provocó con sus desplantes y con sus mentiras de contrainteligencia bien milica, de la que todavía queda de la dictadura. Se convocaron para rechazar su intento de reinstalar la teoría de los dos demonios.

Fue una gran convocatoria que respondió a esa provocación del gobierno, que unió a la CGT, a partidos de izquierda, al peronismo, los movimientos sociales, agrupaciones estudiantiles y al movimiento de derechos humanos. La idea de derechos humanos encaja con la idea de justicia social, de país solidario, de trabajo y retribuciones justas, de protección a los niños, a los enfermos y a los ancianos, de hazañas científicas y culturales.

No encaja con la justificación de la dictadura, con el intento de que los jubilados crean que ganan poco por culpa de los de la moratoria y que los trabajadores se enfurezcan con los desocupados porque reciben un aporte sin trabajar. No encaja con el país donde los únicos que ganan son los ricos, como procuran las políticas de Milei. Los ricos son “héroes” para Milei, que adora a una secta medieval cuyo símbolo principal es un dólar firmado por el rabino que la fundó.

Miles y miles que representan a millones. No confundir con actos de activistas que se representan a sí mismos. Los actos del 24 se repiten año tras año y no solo nunca decaen, sino que cada vez son más grandes. Ojo, los actos de activistas son buenos también. Pero el del 24 es otra estirpe. La calle tiene su lógica, su lengua, sus contenidos, como un lenguaje que dice y hay que entender. El 24 ya asumió la estirpe del 17 de octubre, o del Cordobazo, o del Argentinazo del 2001. Cada uno, con características propias, abrió un ciclo nuevo en el país.

Todos los años llega el 24. No se agota con el tiempo. Es repudio a las dictaduras, es más democracia, es defensa de soberanía por las deudas externas, es defensa de los derechos humanos y es contra el plan de ajuste como el de este año. Y todo eso arma un modelo de país al que aspiran millones. Un país amable con sus habitantes y no una selva de todos contra todos, como propone el neoliberalismo.

Los miles que desbordaron ayer la Plaza de Mayo, las diagonales y la Avenida de Mayo están enlazados, hermanados, con los miles que se movilizaron en otras ciudades del país, y con los miles y miles que desde sus casas confluyen en la angustia de la pobreza, la amenaza del desempleo y el hambre o la destrucción de comercios y empresas. Hay vías comunicantes por las que fluye una energía que alimenta resistencias, rebeldías y esperanzas.

Esa energía que liberan los actos como los del 24 propone un país posible, con miles de problemas, pero posible sobre la base de esa energía poderosa que es la voluntad popular. Después vienen los mejores políticos que se alimentan de esa energía y son los que valen si la atesoran y la cuidan.

Milei y su corte no entienden el lenguaje de estos actos. Su lógica es: lo que no sale en los diarios ni se replica en las redes, no existe. Opone lo virtual a lo real. Porque lo que importa es lo que se percibe y, según esa mirada, un acto en la calle solamente es percibido por los que participan allí. Un mensaje en las redes puede llegar a millones. O a nadie. Pasa por millones y apenas deja marca, se presta a la manipulación y la mentira en un territorio intervenido por aparatos de bots y granjas de trolls de todo el mundo.

El acto supera lo virtual porque es poner el cuerpo, es compromiso con la palabra, es la persona que actúa, frente al hecho pasivo de la pantalla receptora. Hay un diferencia en calidad entre participar y “likear” o recibir. El mensaje es potencia cuando sacude lo pasivo y convoca a la acción.

Eso quedó plasmado en el acervo rico de participación, de debate, de resistencia y de lucha que tiene este país desde su independencia. El discurso odiador que se basa en la difamación del adversario y en la repetición hasta la saturación con falsas verdades pierde densidad cuando se emite desde el gobierno.

El impacto de la enorme movilización de ayer no se puede medir con matemáticas. Es como el hoyo que horada la gota de agua al caer sobre la roca. Cuanto más gruesa y pesada, más rápido desgasta. El gobierno está en un punto de inflexión. Hasta ahora fue cayendo más rápido que sus predecesores, pero aun así fue goteo. Lo de ayer fue lluvia. En un punto, la caída será brusca.

Milei dice que da batalla cultural con un videíto mediocre donde su vicepresidenta reclama un juicio que los genocidas que defiende no quisieron hacer cuando tuvieron la oportunidad durante la dictadura. Y como los genocidas no hicieron esos juicios, los delitos cometidos por civiles sin respaldo de gobierno son delitos comunes que ya prescribieron. Los genocidas tendrían que haber hecho los juicios que ahora reclama la señora Villarruel.

Son argumentos pobres. Los miles y miles de ayer en todo el país no se van a convencer por esas escenografías. Si algún mensaje le tiene que llegar a Milei es que millones de argentinos que defienden los derechos humanos como acervo ético del país no se dejarán convencer por videítos, tuiteos y wasappeos. Que Milei tome nota del acto de ayer: esa batalla cultural la va a perder.

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